PARTE IV

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Ximena

Estando dentro de la casilla, todavía tenía acelerado el corazón y me temblaban las manos por la vergüenza que había pasado. No me arrepentía de mi opinión, pero sí murmuré una disculpa y me propuse ignorarlo. Mi papá me excusó diciendo que era broma, que íbamos a votar todos por él, pero por la sonrisa tensa de Alejandro supe que no le creyó nada.

Me esperaba un buen regaño llegando a la casa. Tal vez tuviera que esconder dinero y por fin largarme.

Contemplé las distintas hojas que una señorita me había dado antes de entrar. Ninguno de esos nombres en las boletas era comprensible para mí; además, afuera había mucho ruido porque la gente se dio cuenta de que el candidato estaba allí. Ahora todos lo rodeaban y se querían sacar fotos.

En verdad, no entendía por qué había venido de incógnito y aparentemente sin seguridad.
Coloqué la hoja de presidencia hasta el último y me dispuse a anular mis votos por diputados, senadores y todo lo demás. Finalmente, llegué a la de presidencia y me tomé mi tiempo para mirarla.

Era ahora o nunca...

Además de anular el voto, abajo dibujé un asno. Anexé un texto que decía que prefería que él me gobernara. Al principio pareció gracioso, pero cualquier rastro de buen humor se me fue al toparme con Alejandro, que había entrado en el aula y lejos de él habían quedado sus fans.

—Con permiso —murmuré mientras me trataba de ir, pero él se fue hacia el mismo lado y me bloqueó el paso.

Intenté nuevamente, pero él seguía adivinando hacia dónde iba. Las mujeres de las mesas estaban cuchicheando entre ellas y ahogando gritos.

—Sigues igual —dijo Alejandro sonriendo con burla.

«Igual, su cola. Ya bajé más de quince kilos», pensé enojada. No me era difícil estarlo, aunque ya no tuviera puesto los lentes y esos ojos grises con enmarcados por largas y rizadas pestañas me pusieran nerviosa.

—Tú cambiaste mucho —le dije con una sonrisa, la más adorable y amable que tenía. Él frunció el ceño y me tocó por un brazo, aguardando mi respuesta. Ignorando la sensación electrizante que me recorrió la piel, continué—, te pusiste más feo.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora