PARTE XIII

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Alejandro

Ximena se quedó anonadada al ver toda la comida en la mesa. Yo la observé atento, deseando saber su opinión. Me las había tenido que ingeniar para cocinar y para seguir atendiendo todas las llamadas y mensajes de felicitación por mi evidente triunfo, pero lo había logrado.

—Oye, se ve muy delicioso y todo, pero no soy un ejército.

Apreté los dientes. ¿Por qué le veía lo malo a todo?

—Elige lo que quieras —mascullé.

—Voy a comer de todo un poco —dijo con una sonrisa—. Sería una lástima quedarme sin probarlo todo. ¡Y todo me gusta!

«Lo sé, lo sé todo de ti», pensé mientras la veía tomar un plato.

Me adelanté para quitarle el plato, y al hacerlo nuestras manos se rozaron. Mis ojos se fueron de nuevo hacia sus pechos, cuyos pezones se irguieron.  Quería tocarlos, succionarlos, estimularla hasta hacerla terminar.

—Eh, no, yo me sirvo —me dijo alejándose con el plato—. No sea que me sirvas de menos. Me voy a cuidar, pero no voy a ser un palo, ¿me oyes?

—No, así estás bien… supongo.

«Es tan perfecta para lo desesperante que es», dije para mis adentros.

—Bajé de peso —me dijo con ojos entornados—. Tal vez no se nota, pero quiero que quede claro que no te dejaré hacer comentarios sobre mi físico, ¿estamos? No es que me vaya a poner a llorar porque me digas fea y gorda, pero eso es muy grosero, tampoco soy un pelele.

—Bien, me gusta esa actitud —dije con aprobación—. Va a ser necesaria para todos los que nos critiquen a partir de ahora.

—Maldita gente —masculló.

—No es nuevo, a todos nos juzgan por nuestro físico.

—¿A ti te juzgan por tu físico? —preguntó con ambas cejas levantadas y la boca muy abierta—. No puede ser, quiero decir, eres guapo, sí, seamos sinceros. No te pueden criticar, no por eso.

Ximena con esa cara era absolutamente preciosa. Sin pensarlo, me acerqué a ella y le sonreí. El cabello rizado estaba demasiado desordenado, y por un momento fantaseé con la idea de que yo había sido el culpable.

—Eh… ¿Estás practicando? —inquirió.

—¿Así que te parezco guapo? —Sonreí burlón.

—Sí, soy objetiva. Y no me respondas, yo sé que yo…

—También eres guapa, Ximena. Jamás habría elegido una mujer fea —repliqué mientras colocaba una mano sobre su cintura.

Lo estaba haciendo de manera sutil, pero su calor hizo que la mano me hormigueara y que la sangre se me fuera a una parte bastante baja del cuerpo. Presentía que ella sería un desastre en el sexo y que sería de lo más incómodo, pero lo deseaba como nada.

—B-Bueno, gracias.

—Practiquemos —susurré, acercando mi rostro al suyo.

Su cálido aliento me enardeció más. Ella no se quitaba, para mi sorpresa.

—Este es el momento en que te quitas y me dejas cachonda, ¿verdad? —musitó con sus mejillas encendidas.

La palabra «cachonda» me parecía de lo más vulgar, pero al escucharla decir eso, no pude controlarme y comencé a besarla.

Ximena dejó escapar un suspiro y me correspondió. Tuve que abrir los ojos por la sorpresa, para luego cerrarlos y suspirar también. Ella simplemente besaba delicioso. No era experta ni mucho menos, pero era tímida, suave, candente, todo lo que las demás mujeres no eran.

Mi mano se aferró más a la camisa y apreté a Ximena contra mi cuerpo. Ella no se retorcía para alejarse, al contrario, estaba tan encendida como yo.

Para cuando me di cuenta, la había alzado y tenía sus piernas rodeándome la cintura. Mi boca no frenó el beso, pero se trasladó a su cuello, en el cual su olor dulce y excitante se concentraba. Odiaba oler a otras personas, pero no a ella. Ximena siempre olía bien.

—Alejandro —gimió.

—¿Quieres ir a la recámara? —le pregunté, deseando que dijera que sí, pero asumiendo que me diría que no.

—Sí —murmuró—. Vamos, pero es mi primera vez. ¿No te importa?

—Te voy a cuidar.

—Okey.

Adoraba su voz temblorosa y su disposición; eso hacía crecer mi morbo a niveles que no podía calificar. No me importaba que fuese un desastre, la deseaba con una insana locura. Al fin la tendría y nadie me la quitaría. Sería el primero y el único.

Antes de que pudiéramos entrar al cuarto de Ximena, comenzaron a tocar a la puerta con mucha brusquedad.

—Abre la puerta, Alejandro —gritó Vittorio, mi primo, pero también mi mano derecha—. Tienes a toda la prensa afuera del edificio.

***
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora