PARTE VI

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Ximena

Me arreglé lo mejor que pude, aunque tampoco me excedí. La inseguridad estaba a la orden del día y, aunque no comulgaba con la idea de que ninguna mujer debía ser violentada bajo ninguna circunstancia, era mejor prevenir que lamentar. Eso sí, me puse linda y dejé mi cabello suelto. Normalmente siempre lo llevaba recogido, lo cual me daba un aspecto más sobrio y de mujer mayor, pero ahora quería lucir como una joven.

—Hijita, ¿vas a comer? —me preguntó mi mamá desde el otro lado de la puerta.

—No, no aquí —le respondí al abrirla—. Te dije que me iría.

—No, no puedes irte así —me respondió—. Tu papá ya no está tan enojado, hasta fue a comprar carnitas. Y va a traer la salsa que te gusta.

—No, de todos modos no quiero —le dije molesta—. Regreso después, mamá, pero por mis cosas. Iré a ver si encuentro algún departamento en renta.

—Pero, mi niña...

—No, ya me cansé, mamá.

Intenté no llorar ante ella, pero fue imposible retener la primera lágrima. Aun así, me mantuve lo más firme que pude.

—Al rato regreso.

—Va a venir tu hermano a comer, hace mucho que no viene, ¿no te quieres esperar un poco?

—No, porque él es igual que mi papá y no quiero escucharlo. Toda la vida me reclama que Alejandro ya no sea su amigo y que por culpa de eso tiene que trabajar en esa farmacia.

—Pero ya sabes que no es cierto, que él no quiso seguir la escuela.

—Sí, por la depresión de perder a Alejandro. Hasta parece que le gustaba —mascullé.

Aquello no era cierto, pero el enojo me hacía soltar todas estas palabras. En realidad, a mi hermano siempre le había gustado hacer amigos que le pudieran representar beneficios. De nada le servía, ya que el muy tonto sacaba los colmillos luego luego y se daban cuenta de sus intenciones. Seguramente habría pasado lo mismo con Alejandro sin que yo tuviera que decirle todas esas cosas.

—Xime, no te vayas —me pidió mamá siguiéndome por las escaleras—. No hagas que tu papá se ponga mal.

—¿Y a quién le importa que yo esté mal? —le recrimino sin voltear a verla—. A nadie, a nadie le importa. Ahí nos vemos, mamá, no me vas a convencer de que me quede. Al rato regreso para recoger mis cosas.

—No tienes dinero.

—Sí, sí, tengo, tengo ahorros, muy pocos, pero ahí están. Y mi trabajo no se acaba todavía, estoy creciendo con mis dibujitos.

Mi mamá trató de decirme muchas cosas y yo me sentí tentada a regresarme a la casa, sin embargo, no paré y tomé el primer taxi que vi y que me cayó como un milagro del cielo. Lo primero que se me ocurrió fue ir a la plaza a donde a veces iba después de la escuela.

Al llegar noté que había mucha gente, lo cual no me molestaba, pero me fue difícil encontrar una mesa para sentarme a comer una rebanada de pizza y mi vaso de refresco. La pizza, aunque no fuera nada saludable, me hacía sentir en calma.

Mientras masticaba furiosamente busqué en mi celular departamentos en renta, pero todos ellos estaban carísimos. Muy desanimada, pensé en pequeños hoteles y pensiones para ver si encontraba algo que estuviera un poco cerca y que no fuese tan caro.

—Mmm... Puede que esta, ojalá que no tengan todo ocupado —murmuré mientras abría la página para checar la dirección.

—Señorita Vázquez —me llamó alguien de repente.

Alcé la vista y me encontré con un tipo con traje, como si fuera guardia de seguridad.

—¿Me habla a mí? —le pregunté—. Yo no soy...

—Sé que sí es usted, la estoy siguiendo desde que salió de su casa —me dijo, lo que causó que casi se me atorara el pedazo de pizza que estaba masticando.

—¿Cómo dice? —solté con voz aguda, luego de pegarme en el pecho para pasarme el bocado—. Aléjese, voy a gritar.

—No le conviene. —Sonrió—. Más vale que venga conmigo, el señor Villanueva tiene un trabajo para usted.

—¿Qué trabajo? ¿Limpiar su coche?

—Algo mejor, venga conmigo.

—¿Y si no voy?

El hombre amplió su sonrisa. No parecía gente de bien; era alto y corpulento, capaz de destrozarme con sus brazos. Pero eso no resultaba atractivo, parecía La Mole.

—Si no va, puede olvidarse de conseguir cualquier trabajo, señorita Vázquez —respondió con un tono tan escalofriante que se me enfrió todo el cuerpo—. Créame, este trabajo le cambiará la vida.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora