PARTE XIX

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Ximena 

Cuando regresó Alejandro, este intentó poner buena cara, pero era obvio que había discutido con esa persona, que muy en el fondo sabía que era la señora Renata. Aquello me hacía sentir mal y extraña, pero me mantuve tranquila porque no era una mujer histérica y tóxica. Además, apenas él y yo estábamos comenzando a conocernos.

—Te habló esa mujer, ¿verdad? —le pregunté y él frunció el ceño—. No me enojo, no pienses que...

—Pues si fuera tú me enojaría —dijo enojado—. Perdóname, esa loca me pone de malas.

—¿Sientes algo por ella?

—Sí, un asco tan grande que hasta le vomitaría encima —respondió—. Ximena, no te voy a mentir, en el pasado ella y yo nos enredamos. No fue algo serio y jamás lo repetiría.

—¿Por qué me cuentas eso? —indagué impresionada—. Es tu vida y...

—Porque quiero que sepas por qué te trató de esa manera, porque quiero que sepas que ella para mí no significa nada.

—Bueno, bueno, pensándolo bien, eso sí es considerado de tu parte —asentí—. Gracias, ahora entiendo todo su show.

—¿No te lastimó?

—Antes de que intente tocarme, me la friego —dije orgullosa mientras le mostraba las uñas—. Estarán cortas, pero son afiladas. Le puedo sacar los ojos.

—Me encantaría ver eso —bromeó—. No la soporto, Ximena. ¿Me cuidarías de ella?

Su tono suplicante hizo que se me derritiera todo. A pesar de bajar la guardia, seguía pareciendo todo un hombre, uno que estaba usando toda esta situación de pretexto para tenerme cerca.

—Claro, puedo ser tu jefa de seguridad en lugar de tu primera dama.

—O ambas —dijo apartando la silla.

No necesité que me lo dijera, fui directamente a sentarme a sus piernas. Nuestras intenciones eran darnos un beso, pero al final, y no supe cómo, terminé sin el pijama y siendo embestida en cuatro por él en el sofá.

—Ximena —masculló—. Solo quédate a mi lado, es la mejor manera de protegerme.

—Me quedo —susurré—. Pero hazme esto a diario.

—Con gusto.

Alejandro salió de mí y me tomó en sus brazos otra vez para llevarme a la recámara, en donde nos volvimos un par de locos. Dentro de mí sentía un poco de temor de tener ninfomanía, ya que los dos nos poníamos sumamente calientes cuando nos besábamos.

—Alejandro —grité cuando me estaba corriendo nuevamente con él encima de mí.

Mis manos se aferraron a las almohadas y cerré los ojos con fuerza. Alejandro arremetió varias veces más y por fin se corrió dentro, causándonos alivio.

—Lo que un simple beso causa —dije riéndome de forma nerviosa.

—Sí, creo que vamos a tener cuidado con eso —respondió agitado—. Besos pequeños en público, ¿sí?

—Sí.

—Y no nos vamos a tocar a menos que sea necesario —siguió—. Debemos lucir enamorados, pero no podemos sujetarnos tan fuerte o vamos a terminar haciendo una locura.

Los dos nos echamos a reír. Lo estábamos imaginando.

—¿Te imaginas alocarnos frente a las cámaras? —dije entre carcajadas—. Seríamos hipervirales.

—Sí, lo seríamos, pero perderíamos la presidencia. Será mejor calmarnos, no pienso dejar que te vean así.

—Presidente celoso.

—Muy celoso —dijo de forma salvaje y me apretó contra su cuerpo—. A ti no te toca nadie más que yo.

—Entonces pido...

—No, nadie, solo tú —me interrumpió.

—Okey —bostecé—. Okey, solo yo.

No pasaron más de cinco minutos y me dormí. Sus brazos, pese a ser muy fuertes, eran lo más cómodo del mundo. Tal vez sí me gustaba la idea de que fuese mi marido.

Para cuando me desperté, él ya no estaba conmigo, lo cual comprendía, pero me puso triste. Sin embargo, me encontré con una nota en la almohada.

«Pasé la mejor noche de todas, Ximena. Es la primera de muchas que vamos a pasar juntos. PD: te dejé el desayuno y algo más en la cocina. Alejandro».

—Es un cursi, pero... ¡Ahhhh! —grité emocionada.

Me levanté de la cama y fui directo a bañarme. Cuando estuve lista salí del baño y me di cuenta de que no estaba sola en el departamento, sino que había al menos cinco personas dentro. El único hombre era Claudio, las demás eran mujeres con uniforme a excepción de una.

—Buenos días, señorita —me dijo Claudio cuando llegué a la sala.

—Buenos días, ¿qué es todo esto? —indagué nerviosa.

—Usted no debe estar sola en el domicilio, principalmente —dijo él—. Pero también hemos traído a su nueva asesora de imagen.

—Mucho gusto, mi nombre es Perla —se presentó una joven que vestía de manera elegante—. Soy yo quien va a asesorarla en su vestimenta, peinado y maquillaje a partir de ahora.

—Guau, con razón todas esas maletas —susurré—. Pero...

—Póngase en mis manos y le aseguro que será la mejor primera dama de todos los tiempos —me dijo la mujer—. Todas las mujeres importantes van a tenerle envidia.

***
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora