PARTE XVII

7.5K 1K 201
                                    

Ximena

Aquellas palabras hicieron que se me erizara la piel por completo. Ni siquiera necesitaba tocarme; el sonido de su voz me acariciaba y seducía. 

—No hagas caso de ella, tú no te vas a ir de este departamento, ni siquiera aunque yo te lo dijera —continuó. En ese momento caí sentada en la cama y miré hacia arriba. Él lucía demasiado sensual con esa actitud.

—¿Y me lo vas a pedir en algún momento? —indagué.

—No, no lo haré.

Alejandro pasó dos de sus dedos por mi rostro. No pude evitar morderme el labio inferior ante ese gesto. Estaba muy nerviosa, aunque decidida a hacer esto. No podía llegar a los treinta años siendo virgen aún, y no era porque fuese algo malo, sino porque quería vivir esa experiencia.

Me puse de pie lentamente, sabiendo lo que iba a pasar. Todavía estaba enojada por la actitud de esa mujer, la cual posiblemente le pagó al de seguridad para que la dejara pasar, ya que este fue quien le abrió. Sin embargo, era difícil mantenerme furiosa cuando él me estaba mirando con deseo.

No pudimos resistir demasiado tiempo y nos besamos por fin. De nuevo sentía cómo algo me quemaba las venas y supe que sería imposible desprenderme de él a no ser que nos interrumpieran.

Alejandro me tomó por la cintura y me pegó a su cuerpo. Di un respingo al sentir su erección, pero no me detuve. Quería esto, lo quería a él entre las piernas. Nunca había tenido un instinto sexual tan fuerte, pero con él salía a flote.

—Pobre de ti que estés haciendo esto como burla —le dije cuando nos soltamos un poco—. No se va a...

—No, Ximena, me quiero revolcar contigo en serio —me soltó. Ese vocabulario no era propio de él, pero me encantaba en este contexto.

—Y yo —gemí—. Yo también lo quiero hacer, tengo muchas ganas.

—Ximena —susurró—. Eres hermosa, claro que te deseo.

—Y yo a ti. Quiero que seas mi primera vez.

Alejandro me volvió a atacar con sus labios y fue ahí cuando comenzamos a desvestirnos de forma nerviosa y apresurada. Su pecho me volvió a impresionar, pero el que puso cara de tonto al verme desnuda de la cintura para arriba fue él.

—Siempre me has gustado —me confesó mientras me acariciaba los pechos. La manera en que estiraba mis pezones me hacía sentir riquísimo —. Solo que...

—Eres un idiota —reí.

—Recuéstate, ábreme las piernas.

—Ay, Dios —susurré—. Es que...

—Confía en mí.

—Okey —asentí.

Los dos nos acomodamos en la cama y muy nerviosa le abrí las piernas. Alejandro se mordió los labios durante un momento, pero finalmente sentí su aliento contra mi sexo.

—Alejandro —grité al sentir la punta de su lengua. Todavía no me había hecho mucho, pero estaba más excitada que nunca.

Él no se inmutó ante eso y siguió su delicioso camino con su lengua. Era lento, suave, pero muy sensual; él definitivamente sabía lo que hacía con su boca y por alguna razón sabía que esto me iba a gustar.

—Me gusta mucho —le dije cuando me lo preguntó—. Alejandro, nadie me ha hecho esto, pero...

—Y nadie más que yo te lo hará —me respondió.

Yo asentí sin que me viera. ¿Para qué querer más experiencias si él me hacía sentir tantas cosas? De repente había olvidado por qué diablos lo odiaba, y las cosas que antes me decía me parecían tonterías de niños pequeños. Este Alejandro me fascinaba, pues era más maduro, seguro de sí mismo y directo con lo que quería obtener de mí.

Mis piernas se abrieron un poco más y moví las caderas por instinto. Alejandro gimió de nuevo y movió la cabeza de una forma en que me enloqueció. No estaba segura de que iba a alcanzar, pero quería hacerlo.

Finalmente, el placer se incrementó hasta que llegó a su tope. Yo me retorcí con fuerza y grité su nombre. Nunca me había pasado algo como esto y quería más.

—Alejandro, quiero...

Él se levantó, mostrándome su cuerpo desnudo en todo su esplendor. Sonrió de manera perversa cuando ahogué un grito. Estaba demasiado bien dotado y daba miedo, pero yo quería seguir de todos modos. «La vagina se estira, se estira», me recordé para calmarme.

—Voy a tener cuidado —me prometió—. Tienes que decirme si te lastimo.

—Sí, yo te lo diré —murmuré.

Los dos nos besamos de nuevo y mis piernas se abrieron más. Él intentó penetrarme, aunque dolía tanto que tuvimos que detenernos un poco.

—Se siente muy rico, duele, pero me gusta —le dije agitada. Él también lo estaba y me miraba con mucha intensidad—. ¿Qué pasa?

—Que no quiero salir de aquí.

Alejandro fue metiéndose poco a poco en mí. Me estaba doliendo una barbaridad y se me salían las lágrimas, pero me aferré a sus hombros y me dejé besar por él.

—Eres tan diferente de lo que pensé —dijo anonadado cuando por fin entró—. Ximena, no te voy a soltar.

—Eh...

Él comenzó a moverse lentamente, con una expresión de placer que no había visto en nadie. Poco a poco el dolor se volvió tolerable y fui disfrutando más y más de lo que me estaba haciendo. Ninguno era capaz de quitarle las manos de encima al otro y tampoco de besarnos por cada lugar que podíamos. Esto parecía un embrujo, uno del que no íbamos a poder salir con facilidad.
Cuando su mano se entrelazó con la mía, me mordí el labio inferior. Estaba a punto de sentir lo mismo que él me había causado con su boca.

—No pongas esa cara frente a nadie más —me exigió—. Es solo mía.

Eché la cabeza hacia atrás y dejé que me besara el cuello. ¿Sentir tan bien en mi primera vez era normal? Me dolía, pero no quería frenar, quería estar junto a su cuerpo todo el tiempo.

—Ximena —gimió cuando yo empecé a gritar. Otra vez me corría, pero de manera dolorosa y más intensa. Cerré fuerte los ojos y me dediqué a gozar lo que estaba pasando—. Yo te... deseo.

—Y yo a ti —contesté.

—Mejor así, porque voy a ser tu marido, y uno que te haga esto todo el tiempo.

Solté otro gemido al escuchar esas palabras y sentir cómo él se descargaba dentro de mí. Las palabras de mi amiga se pasaron por mi mente y por un momento quise hacerlo, amarrarlo con un hijo, pero no para que me diera una vida llena de lujos, sino para no perder todo esto que acababa de pasar, para poder disfrutarlo todas las noches y que fuera siempre mío. 

—No nos cuidamos —dije muy asustada y él sonrió.

—No quería cuidarme, no contigo —confesó—. Vas a ser mi esposa.

—Sí, pero un sexenio y...

—Para toda la vida, Ximena —dijo muy convencido—. Vas a ser mi esposa para toda la vida.

***
Deja tu voto y comentario para más capítulos 🥰

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora