Capitulo 6

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Andrey

Me limpio los golpes de mi cara antes de regresar a mi habitación donde se encontraba Anabella. Hace una hora retiré la bala y le di algo para el dolor, pero Alice me informó que ya se había levantado y que aún sentía dolor.

Al entrar a mi habitación, la encontré recostada en mi cama, con los ojos cerrados y una expresión de dolor en su rostro.

—¿Cómo te sientes? —pregunté con preocupación mientras me acercaba a ella.

—Duele mucho —murmuró Anabella, apretando los labios para contener el dolor

Le doy el medicamento y con cuidado la ayudo a acomodarse en la cama, procurando no causarle más dolor del necesario.

—¿Qué te pasó? —pregunta Anabella con voz preocupada, observando las marcas en mi rostro.

—Luca me dio mi merecido.

—¿Merecido? ¿Por qué?

—Por no cuidarlas

—No sabías que pasaría esto.

—No era necesario saberlo, tenía que cuidarlas... A Alice, a Khristeen, y a ti —mis palabras brotan cargadas de remordimiento, mientras mi mente repasa cada momento en el que podría haber hecho más para protegerlas.

—No es tu culpa, idiota —susurra, extendiendo su mano hacia mí.

Me acerqué vacilante y la abracé, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío, mientras dejaba que sus palabras calaran en mi mente.

—No es culpa tuya —repetía con suavidad, como si quisiera asegurarse de que lo entendiera.

Nos separamos un poco y me encuentro con su mirada. La acaricio, contemplando el verde esmeralda de sus ojos, y algo se me revuelve por dentro. Le planto un beso intenso, explorando su boca con ganas mientras siento sus manos acariciando mi rastro.

Elle se aparta, y nos miramos en un silencio cargado.

—Esto no está bien —dice con voz entrecortada

—A la mierda lo que está bien.

Vuelvo a besarla, esta vez con suavidad y dulzura. Nuestros labios se encuentran en un baile delicado, y sus brazos me envuelven, capturando mi labio inferior.

****

No planeé esto. Nada de esto. Vine aquí con la esperanza de que lo de anoche no se repitiera, para decirle que se callara. Vine aquí para enterrar eso en el pasado y olvidarlo. No necesito este maldito dolor de cabeza. Pero aquí estoy, cambiándole el vendaje a su herida, metiéndome más en este lío que quería evitar.

Anabella era una pesadilla como paciente. Al segundo día, ya quería levantarse, sin entender que no podía. Era terca, no hacía caso a nadie. Nunca he conocido a alguien así.

En el momento en que crucé la puerta, supe que si no cubría su desnudez con una maldita camiseta, me vería obligado a buscar excusas para ceder ante la lujuria en la entrada. Tomé una sudadera y la vestí, consciente de que no puedo poseerla, ni amarla, ni estar con ella, pero puedo ofrecerle esto. Y eso es lo que ella necesita.

Llevamos más de una hora en silencio. Cuando por fin terminé de limpiar su herida, tardando más de la cuenta porque no quiero irme de aquí.

Maldita sea. No puedo dejar que mi oscuridad apague su luz.

—¿Sabes por qué no quiero irme de aquí? —dice, con la mirada perdida en el horizonte.

Frunzo el ceño.

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