Capitulo 26

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Anabella

Intento esperar despierta a Andrey, pero el sueño me vence y me acurruco incómodamente en el sillón frente a la chimenea. Las brasas, ya moribundas, lanzan una luz tenue y cálida, pero la habitación está envuelta en penumbra. No sé cuánto tiempo pasa antes de que unas manos frías toquen mi brazo, sacándome del sueño de golpe. Parpadeo, confundida, y lo primero que percibo es el olor de Andrey: pólvora, humo y whisky.

—Te dije que no me esperaras —su voz suena más fría de lo habitual, como una advertencia.

—¿Qué hora es? —murmuro, frotándome los ojos. Mi mente aún lucha por despejarse.

—Tarde.

Intento enfocar su rostro en la oscuridad, buscando alguna señal de lo que está pasando. Extiendo la mano hacia él, queriendo tocarlo, asegurarme de que está bien. Sin embargo, la tela de su camisa se siente rígida bajo mis dedos, como si algo se hubiera pegado a ella. Antes de que pueda preguntar, Andrey se aparta bruscamente.

—¿Andrey?

—Ve a la cama, gatita —su tono es distante, casi autoritario—. No es hora de hablar.

Me pongo de pie, decidida a no dejarlo escapar tan fácil. Avanzo hacia él, pero hay algo que me hace detenerme: una sombra oscura en su camisa blanca.

—¿Estás herido? —pregunto, el pánico se apodera de mi voz.

—Bella, te dije que vayas a la cama. No es asunto tuyo —repite con más dureza, claramente queriendo evitar la conversación.

—No. No soy una niña, Andrey. Soy tu esposa, y esto claro que es asunto mío —mi voz se quiebra, pero me mantengo firme.

Sus ojos, oscuros y cansados, se clavan en los míos. Por un momento, parece que va a ceder, pero en lugar de eso, suspira con frustración.

—Eres increíblemente terca —dice con un tono seco, aunque hay una leve sombra de algo más detrás de sus palabras.

—Y tú increíblemente testarudo —le respondo, intentando suavizar la tensión—. ¿Puedes por favor decirme qué pasó?

—Nada que no pueda manejar.

—¿Nada que no puedas manejar? —miro fijamente la mancha oscura en su camisa, que ahora puedo distinguir claramente como sangre—. ¡Andrey, tienes sangre en la camisa!

Él no responde de inmediato. En lugar de eso, se quita la camisa con movimientos lentos y metódicos, como si cada gesto estuviera calculado. El aire se me escapa al ver los cortes y contusiones en su torso, pero mi mirada se fija en un vendaje mal colocado alrededor de su bíceps, claramente cubriendo una herida más grave.

—Dios, ¿qué te hicieron? —mi voz apenas es un susurro, llena de preocupación.

—Nada que no haya pasado antes. Te lo dije, estoy bien —insiste, pero su tono es tenso, como si incluso él no se creyera sus propias palabras.

—Eso no está bien, Andrey —respondo, mi voz subiendo un poco—. Necesitas que te vea un médico. ¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?

—No necesito un médico. Y hay una bolsa en el armario junto a mis trajes —dice, antes de envolver su mano alrededor de mi nuca, mirándome a los ojos—. Respira, amore mio. No es nada.

—¡No lo es! Podrías haber muerto hoy —mi voz tiembla mientras las lágrimas amenazan con brotar. Me suelto de su agarre y corro hacia el armario para buscar el botiquín.

Mientras saco la bolsa, trato de calmarme. Cálmate, me digo. Tus padres te entrenaron para esto.

Andrey me sigue hasta la habitación, apoyándose contra el marco de la puerta, observando en silencio.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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