Capitulo 10

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Andrey

Dispara otra vez al blanco del otro lado del campo, ajustando la mira con precisión milimétrica antes de dejar el rifle en la mesa improvisada frente a él.

—Servirá —dice Volkov con seguridad, girando hacia mí con una mirada firme—. Nos quedamos con ochocientas, como habíamos acordado.

Asiento con gesto serio.

—En dos horas el dinero estará en tu cuenta —responde sin titubeos.

—Ha sido un placer hacer negocios contigo, Volkov —concluyo con una sonrisa irónica mientras subo a mi auto y llamo a Anthony—. ¿Cómo está Anabella?

—¿Desde cuándo te importa tanto Anabella?

—Eso no es de tu incumbencia, hermano.

—Anabella le contó algunas cosas interesantes a Khristeen, pero no puedo decírtelo.

—Anthony.

—Lo siento, hermano. No soy ese tipo de persona a la que le gusta contar las cosas de los demás.

—Te voy a…

—Habla con ella, hermano. Estoy seguro de que ella te lo contará.

Aprieto el volante con fuerza mientras siento como mi paciencia se desvanece.

—Bien. Nos vemos, hermano.

Conduzco hasta la casa de los Williams. Detesto la idea de seguir seduciendo a Sheyla Williams, no porque sienta culpa por ella, sino porque ella no es Anabella. Anabella es la única que quiero seducir.

Algún día le cobraré esto a Alexander. Esta situación me repugna. Nunca antes odié estar con una mujer, pero ahora me siento mal haciéndolo. Me aborrece besar, tocar y follar con otra que no sea Anabella.

Maldición. Esa mujer tiene un control sobre mí que ni siquiera ella misma comprende.

****

Eran casi medianoche y Alexander y yo habíamos estado trabajando durante casi una hora, una distracción que necesitaba jodidamente. Después, cuando él se había ido junto a su esposa a la cama, camino hacia mi habitación preguntándome por qué no puedo tener lo mismo.

Un ruido me hizo detenerme. Mi mano fue hacia mi arma mientras seguía el sonido hacia la puerta de Anabella. Sonaba como si estuviera angustiada, murmurando dormida y llorando.

Abrí la puerta y me deslicé dentro. Le tomó un momento a mis ojos acostumbrarse a la oscuridad, la cual era peor que en el resto de la casa. Las cortinas no dejaban entrar ninguna luz. Mantuve la puerta entreabierta y me adentré aún más en la habitación.

Está en evidente angustia y he jurado protegerla, pero una pesadilla no le hará daño. No hay razón para estar aquí. Sin embargo, algo me impulsa a acercarme.

Anabella es diferente. No estoy seguro de cómo lo ha hecho, pero no puedo sacarla de mi maldita cabeza. Miro entre la puerta abierta y la cama de Anabella, y luego camino hacia ella.

Mientras me detenía junto a Anabella, la observé por un momento. Estaba acostada de espaldas, su cabello rojo extendido en su almohada, y sus cejas fruncidas. Incluso en la agonía de una pesadilla era jodidamente hermosa. Maldita sea.

¿En qué me había metido?

—Anabella —susurro, acercándome más—. ¿Estás bien?

Ella no responde, sigue atrapada en su pesadilla. Su respiración es irregular y veo una lágrima rodar por su mejilla. Me siento impotente y, a la vez, desesperado por hacer algo.

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