Capitulo 5

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Anabella

Sé que estoy jugando con fuego, pero no me importa quemarme un poco. Andrey Nikolaev es guapo y, a pesar de no soportarlo, él tiene lo suyo. Su presencia es magnética, y aunque sé que no debería, no puedo evitar sentirme atraída por él.

Cierra la puerta detrás de nosotros, el clic del cerrojo resonando en la silenciosa habitación. Su habitación es perfecta, ordenada hasta el último detalle. La pared es negra, creando un contraste elegante con el mobiliario moderno y las luces cálidas.

—¿Whisky o vino? —pregunta, dirigiéndose hacia el minibar que tiene en una esquina,

Lo miro, intentando evaluar mis opciones. Sus ojos brillan con una chispa traviesa, y no puedo evitar sentir un pequeño escalofrío.

—Vino.

Asiente, sacando una botella de vino tinto del minibar y sirviendo dos copas. Mientras lo hace, noto los pequeños detalles: la colección de libros perfectamente alineados en una estantería, una obra de arte abstracto colgada en la pared opuesta, y una suave alfombra que cubre el piso.

—¿Por qué tienes un minibar en tu habitación?

Él sonríe, esa sonrisa que podría derretir el hielo.

—Es perfecto para atraer mujeres —responde con un guiño, su tono juguetón.

Pongo los ojos en blanco, aunque no puedo evitar sonreír internamente.

—Así que a todas las invitas aquí a tomar una copa para llevarlas a la cama —replico, intentando sonar casual, aunque mi corazón late más rápido de lo habitual.

Se acerca con una copa de vino tinto en la mano. Me pasa el vino, sus dedos rozando los míos por un segundo que parece alargarse.

—Eres la primera que traigo aquí —dice, su tono serio de repente.

Levanto una ceja, intrigada y un poco desconfiada.

—¿De verdad? —pregunto, tomando un sorbo del vino. Es delicioso, un vino caro, definitivamente.

—De verdad.

Sus ojos, intensos y sinceros, se clavan en los míos. Puedo sentir el calor de su cuerpo a través de la escasa distancia que nos separa.

—¿Y por qué yo? —susurro, casi sin aliento.

Él se inclina, su rostro a solo unos centímetros del mío.

—Porque tú eres diferente —su aliento cálido acariciando mi piel—. Desde el momento en que te vi, supe que eras especial.

Mis defensas se derriten un poco ante su sinceridad, y por un momento, me permito creerle. Tomo otro sorbo de vino, intentando ocultar el rubor que amenaza con subir a mis mejillas.

—Ya deja de jugar, Nikolaev.

Él sacude la cabeza con una sonrisa, como si mis palabras fueran solo un ligero inconveniente en su diversión.

Bebo mi vino de un trago, sintiendo el líquido cálido deslizarse por mi garganta.

—Más despacio, Anabella —dice él, con una nota de preocupación en su voz—. No quiero que te emborraches.

—No es la primera vez que bebo, Nikolaev.

—Lo sé, Anabella —susurra, sus ojos azules fijos en los míos, como si pudiera leer cada pensamiento en mi mente.

—Me gustan más los apodos que me pones —confieso con una sonrisa tímida, intentando romper la tensión del momento.

Me quiero sentar, pero me cuesta porque mi vestido es muy ajustado. Siento la tela apretándome, y cada movimiento es incómodo. No quería usar este vestido, pero mi estilista insistió en que me lo pusiera.

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