Capítulo 1

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Un peso cae sobre mi cama, justo a mi lado, y aunque no quiero asustarme, lo hago

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Un peso cae sobre mi cama, justo a mi lado, y aunque no quiero asustarme, lo hago. Salto y me siento; miro hacia aquello que se acaba de sentar junto a mí y entonces escucho la risa de mi madre; así, mis oídos la distinguen mucho antes que mis ojos. Suspiro y la sigo mirando, esperando a que la carcajada se le pase. Tras unos segundos, parece que es ella misma quien se fuerza a detenerse.

Suspira, y me preocupa. De inmediato suspiro también, sin saber qué me oprime el pecho; simplemente parece que tiene ganas de hablarme de algo en serio. Me muerdo los labios mientras distingo una carta entre sus manos, la cual me entrega. Ni siquiera termino de abrirla antes de que hable:

—Rebecca volvió; me dijo que te entregara esto.

Mis manos se detienen al mismo tiempo que mi corazón, y odio el hecho de que se nota lo que pienso, lo que siento: Rebecca aún me importa, aún después de doce años.

—Se te va a meter una mosca —bromea mi madre mientras me toma la barbilla, suavemente, para poder pegar mis labios, cerrarme la boca. Se ríe otra vez y yo me niego a intentar verle la gracia al asunto. Rebecca ha vuelto y mi pecho duele; no es chistoso—. No faltes al trabajo, ¿de acuerdo?

—No, no lo haré, ma.

—Nos vemos en la tarde —Se despide mientras abre la puerta; apenas escucho su voz porque por alguna razón es más fuerte el ruido de mi padre lavando los trastes, haciéndolos chocar los unos con los otros.

—Sí, ma.

Sale y cierra la puerta, entonces mi corazón por fin hace amagos de volver a la normalidad. Me tiro en la cama y respiro para facilitárselo, pero no lo llega a lograr. El sobre sigue en mis manos y el papel parece picar contra mi piel; parece que quiere lastimarme. Mis ojos empiezan a arder.

¿Voy a llorar? ¿Tiene sentido que llore?

Antes de poder responder a estas preguntas, rompo en llanto. Suelto el sobre y se queda descansando sobre mi pecho mientras yo intento que las lágrimas se detengan; no puedo permitirme estar detenida y llorando cuando tengo que llegar al trabajo en hora y media, o al menos eso es lo que quiero pensar; no quiero asumir que en realidad preferiría no sentir nada.

Lo peor es que hace mucho que no pensaba en Rebecca, porque hace mucho que no había intentado enamorarme; había aceptado completamente el que creí que era mi destino, el jamás volver a amar así y tal vez nunca disfrutar ser amada de esa manera. Ya no había tenido citas con chicos ni había besado a chicas; no me había metido en una sola cama que no fuera la mía. No había pensado en Rebecca desde que huí del cariño de Irina, hace dos años. El recuerdo, otra vez, parecía haberse enterrado para quedarse así por siempre, tal vez incluso para morir.

Y ahora está la carta. Ahora está ella; está su presencia como una especie de broma pesada en la que no quiero caer. En mi intento de mantenerme segura, dejo el sobre solamente a medio abrir; no busco el mensaje, pero tampoco intento destruirlo; lo sé, me arrepentiría si lo hago.

El tiempo perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora