Hay algo muy distinto en el sol del domingo. Aunque el color y el calor son exactamente iguales a los de todos los días pasados, hay algo diferente en la sensación de los rayos sobre mi piel, en el rojo que invade mis ojos cerrados cuando estoy despertando, como siempre, en contra de mi voluntad por la luz que entra, radiante a pesar de las cortinas que se interponen entre el exterior, entre ese brillo, y yo.
Y también siempre hay algo diferente en el aroma... No solo el del sol —que sí, tiene un aroma más cálido los domingos—, sino... En general. Ese aroma que siempre tardo en reconocer que es el del pan dulce de mamá, ese mismo que hace todos los días libres.
Sonrío. Hoy se desayunan conchas.
Abro los ojos y apoyo los pies en el suelo. Esta es una muy buena razón para levantarme. Es domingo, nadie en la familia tiene trabajo hoy —tampoco yo— y hay pan dulce para desayunar. Y puedo hacer lo que sea y puedo compartir esto con Rebecca.
Rebecca...
Suspiro. Ella es quien más merece conocer la alegría de un día libre, y yo... Yo ya no estoy enojada. Recuerdo eso, y aún más allá de recordar, lo siento. Voy a darle el mejor día de su vida porque para eso están las amigas; y eso es lo que soy y debo ser para ella. Lo que seré, al menos por hoy.
Salgo de las sombras del pasillo hacia la luz natural que inunda el cuarto —esa común amalgama de sala, comedor y cocina que tienen todas las casas del pueblo— y que me deja ciega por un momento, viendo solamente un destello blanco por todas partes.
Cuando me acostumbro a esa exagerada iluminación —y al calor intenso que hace gracias a ésta—, volteo hacia la cocina y veo a mi madre frente al horno, observándolo con toda la paciencia del mundo, tal vez esperando al momento indicado para sacar el pan. A juzgar por el olor, creo que será pronto; o al menos eso espero, para no haberme levantado temprano en vano. Aunque seguro el sol tampoco me habría dejado volver a dormir.
Rebecca está en la barra de la cocina, golpeando la imitación de mármol blanco con las uñas, y viendo a mamá con toda la atención del mundo, como si estuviera realizando la actividad más interesante o importante del mundo, o como si pudiera estar aprendiendo algo de ella; como si no estuviera solamente viendo al interior del horno y esperando a que el temporizador —encendido a su lado, en una de las encimeras— haga ese sonido molesto, ese zumbido que perfora los oídos de cualquiera.
Y entre ambas hay un silencio que sé que antes no era incómodo, que solamente se convirtió en eso una vez que yo llegué. Tal vez en realidad es mi mente la que lo vuelve incómodo...
Intento no sobrepensarlo, sino romper esa misma falta de sonido.
—Hola —murmuro, sin saber bien a quién (aunque esperando que el mensaje llegue a Rebecca), mientras cierro una de las persianas de la sala; la sombra llega al lugar como un gran alivio, que mi madre y Rebecca parecen agradecer también. Sus ojos se ven un poco más abiertos ahora; sus rostros se ven más felices—. ¿Y papá? —pregunto después, extrañada por no verlo.
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El tiempo perdido
RomanceDurante su infancia, Isabel y Rebecca fueron amigas, hasta el día en el que ésta se fue sin decir adiós. E Isabel, completamente enamorada de Rebecca, pensó que no podría tener algo más como eso en la vida. Y fue verdad, hasta el día en el que Rebec...