Capítulo 19

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Rebecca no llora cuando cuenta su historia, pero varias lágrimas caen sobre mi ropa mientras escucho, incluso varios minutos después de que haya terminado de hablar; sigo oyendo el relato e intentando procesarlo en mi cabeza mil veces

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Rebecca no llora cuando cuenta su historia, pero varias lágrimas caen sobre mi ropa mientras escucho, incluso varios minutos después de que haya terminado de hablar; sigo oyendo el relato e intentando procesarlo en mi cabeza mil veces. No me parece cierto; no quiero aceptarlo; no quiero dejar que la muerte de Rebecca entre a mi realidad, pero tampoco logro que salga de mi cabeza.

Sollozo demasiado y ya no puedo respirar normalmente; mis pulmones no responden, el aire se siente horrible en mi boca y, cuando intento inhalar por la nariz, solo consigo que un montón de mocos pasen a mi garganta. Es difícil tragarlos; me duele. Mi garganta tampoco quiere obedecer.

No quiero mirar la tumba y mucho menos volver a leer lo escrito en ella, pero he perdido el control sobre todo mi cuerpo; no dejo de pasar la mirada por allí ni de concentrarme en las letras; no dejo de darme cuenta una y otra vez de que no he leído mal, de que el nombre grabado en la lápida es exactamente el de Rebecca, de que la fecha de nacimiento coincide y de que, cuando me llegó la carta de Rebecca, ella llevaba ya cuatro días muerta.

Me quiero convencer de que es un sueño; esto no debería ser real, ni siquiera se siente de tal manera a pesar de que, físicamente, puedo sentirlo todo: Percibo cómo el viento me mueve el pelo y hace que parte de éste me pegue en la cara; percibo cómo el pasto se mueve y puedo sentirlo aún teniendo los pantalones entre la piel y el césped; siento también cómo gotas de luna me caen en la cara, peligrosamente cerca de los ojos, y me arden en el cutis.

Aún así, sigo queriendo al menos alguna pequeña prueba de que esta no es la vida real, y pruebo con pellizcarme tan fuerte como puedo. Me duele. Pero tiene que haber algo, al menos una cosa, que no lo haga, y pruebo con hundirme las uñas en la piel, con rascarme contra el pasto, luego de nuevo con las uñas; esta vez intento cortarme éstas; poder sangrar, y ver si sangrar es por fin la cosa que no duele.

Rebecca termina por tomarme las manos y prohibirme seguir intentando. Me acaricia pero parece notar que eso no me tranquiliza en lo absoluto; que sigo llorando y que mis manos tiemblan, intentando escapar de las suyas, intentando ayudarme a comprobar que esto no es real, que nada de esto ha pasado de verdad, que es una pesadilla y tarde o temprano volveré a despertar en mi cama con las miles de flores y al lado de mi amada.

—Está bien. Estoy bien ahora, estoy aquí... —susurra, muy cerca de mi rostro, con sus labios rozando levemente los míos conforme habla.

Y no sé cómo decirle que, aunque su historia me ha lastimado y su muerte fue tan horrible y violenta como la vida que tuvo antes de eso y preferiría que nada de lo que me ha contado le hubiera pasado, no es realmente por eso por lo que lloro.

No puedo entrar en duelo por Rebecca, porque ella sigue aquí, porque está tan viva como puede estar y no hay forma de que la extrañe si está a mi lado, me sostiene las manos, me habla, me besa... Pero puedo entrar en duelo por el futuro que había imaginado para nosotras y que ahora jamás llegará a ser.

El tiempo perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora