Mi aliento y el de Rebecca están mezclados, nuestros rostros más cerca de lo que deberían, o al menos más cerca de lo que alguna vez habían estado. Nos vemos a los ojos; Rebecca sonríe y parece estar conteniendo una carcajada; agradezco que lo haga, porque no sé si justo ahora soportaría tener su saliva dentro de mi boca. Respiro profundo, justo al mismo tiempo que mi corazón late más fuerte de lo que quiero. No dejo de temblar, a pesar de todo.
—¿Estás segura de esto? —pregunto, tratando de ignorar lo que sé que va a pasar, lo que no evitaré y que, de todas formas, no deseo impedir. Nuestras narices chocan cuando la chica se acerca más. Luego pega su frente a la mía.
—Sí —dice, de forma bastante atropellada para ser solo una palabra; parece querer reírse. Ojalá yo tuviera el mismo deseo.
Suspiro. Tiemblo. Tiemblo más cuando parece haberse calmado. Dejo que me tome las manos y que, después, haga lo que quiere, lo que me propuso.
O al menos que por un momento me haga pensar que lo va a hacer, porque una vez que se levanta del pasto en el que estábamos sentadas y se da la media vuelta con la intención de entrar por la ventana siempre abierta de la casa de su padre, termina por detenerse, girar de nuevo y verme otra vez, ahora desde arriba, con una expresión mucho más nerviosa. Y queriendo decir algo, dudando de si hacerlo.
Al final, lo hace; habla; su voz tiembla, pero habla:
—Esta es la última vez, lo prometo —da la respuesta a algo que nunca le pregunté, que ni siquiera me había pasado por la cabeza.
—No te pedí que lo fuera —Le digo sinceramente, sin haberlo pensado primero. Espero que no se sienta lastimada por mis palabras.
Se hace realidad; sonríe.
—No necesitas prometerme nada, ¿sí? —continúo, por alguna razón, aunque mi cerebro dice que solamente debería callarme—. Volveremos aquí cada vez que tú quieras; lo haremos de nuevo siempre que quieras. No necesitas prometerme nada. No me molesta.
Abre la boca ligeramente, como sorprendida, y se agarra el pecho; deja la mano en un estado entre completamente abierta y hecha un puño, como si quisiera agarrar algo; como si quisiera tomar su corazón. No vuelve a sonreír aunque yo pensé que lo haría.
—Gracias —pronuncia, casi sin aliento, y es la palabra más real que haya escuchado en toda mi vida.
Luego, por fin, vuelve a sonreír y se voltea hacia la ventana otra vez.
Se aleja de mí y, de nuevo, salta sobre el alféizar para entrar al lugar donde alguna vez vivió. Se acomoda la falda y luego se arrodilla frente al mueble de televisión pegado a una pared de la sala. Aún puedo verla bien desde donde estoy, aún algo lejos del hoyo en la pared, de los dos vidrios separados, del marco marrón.
Intento tranquilizarme pensando que no nos van a encontrar, que mi amiga no se tardará tanto. Me dijo que vendría por una sola cosa, y aunque muy en el fondo sé que en realidad no será así, que lo más probable es que recuerde o quiera algo más, que extrañe alguna otra cosa de lo que alguna vez fue su vida, confío en ella, e intento sonreír ante ese sentimiento.
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El tiempo perdido
RomanceDurante su infancia, Isabel y Rebecca fueron amigas, hasta el día en el que ésta se fue sin decir adiós. E Isabel, completamente enamorada de Rebecca, pensó que no podría tener algo más como eso en la vida. Y fue verdad, hasta el día en el que Rebec...