No hay nada de ruido, y eso me calma y me invita a seguir dormida, aunque tal vez eso es justamente lo que debería encender mis alarmas, y es que hace varias semanas que no existe tal tranquilidad y silencio en una mañana normal de domingo. Algo cambió hoy y no sé qué podría ser, porque ni siquiera me molesto en fijarme en ello; solo sigo tranquila mientras pienso en apretar más los ojos y seguir durmiendo, aún cuando ya puedo verlo todo rojo porque hay bastante luz.
Me doy la vuelta sobre la cama. Siento que el colchón se mueve mucho menos que en cualquier otro día, en el que podría rodar y sentir también cómo rebota ligeramente. Hoy eso no pasa, porque hay peso al otro lado de la cama...
Solo entonces despierto. Solo entonces me atrevo a abrir los ojos, a que éstos obedezcan a la manera en la que mi corazón late.
—¡Rebecca! —grito, acercando mi rostro al suyo y agitándola de los hombros—. ¡Rebecca, tu trabajo, tienes que ir! —Sigo exclamando, sintiendo cómo las lágrimas se acumulan en mis ojos sin que yo pueda saber ni entender el por qué.
—Ya lo sé —murmura ella, medio dormida pero con toda la calma del mundo, una que en este preciso envidio, porque yo no soy quien está llegando tarde al trabajo, y aún así siento que el mundo se está acabando en este preciso momento—. Pero no iré —habla después, todavía no muy claro ni muy fuerte, mientras vuelve a acomodar bien la cabeza sobre la babeada almohada.
—¿Por qué? —pregunto yo, intentando no gritar y no sonar muy sorprendida; intentando sonar calmada para no asustar a mi novia, que aún no puedo creer que en serio es mi novia.
—Quiero estar contigo —Da una respuesta sencilla a una pregunta que ahora me parece tonta. Es cierto, no se me ocurre ninguna otra razón por la que elegiría no salir de la casa, no seguir viviendo esta vida que ahora tiene—. Quiero tener nuestra primera cita... como novias, claro. Porque creo que ya hemos tenido citas —comenta, ahora con más energía, volviéndose a reacomodar sobre el colchón y la almohada para mirarme, fijamente, y rogando.
—¿Tú crees que hemos tenido citas? —pregunto en vez de responder, y es que siento entender a lo que se refiere, pero al mismo tiempo... no. Al mismo tiempo me hace pensar que yo en realidad no sé qué convierte a nuestras anteriores salidas en anteriores citas. Tal vez ella no tenga razón, aunque normalmente no osaría pensar en ello.
—¡Claro que sí! Es decir, pues no las llamamos así por... ya sabes, guardarnos secretos —dice, sonriente—. Pero sí, yo creo que hemos tenido citas. Es decir, pues... Que hemos ido juntas a lugares y nos hemos divertido mucho y ha habido mucho amor de por medio. Yo creo que eso hace a una cita. Y si no es eso lo que las hace, pues... entonces no puedo creer que no hayamos tenido una cita.
Sonrío junto a ella, y empiezo a pensar que tiene razón. Yo nunca había querido verlo así, yo siempre pensé que una cita era solo lo que las dos personas definieran como tal; y tal vez aún sea así... Pero la definición de Rebecca se une a la mía y pienso, entonces, que lo único que falta para convertir nuestras salidas en citas de verdad es que yo quiera considerarlas así, tal como mi amada hace.
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El tiempo perdido
RomanceDurante su infancia, Isabel y Rebecca fueron amigas, hasta el día en el que ésta se fue sin decir adiós. E Isabel, completamente enamorada de Rebecca, pensó que no podría tener algo más como eso en la vida. Y fue verdad, hasta el día en el que Rebec...