Rebecca está en la cocina moliendo los granos del café; se ve tranquila; despreocupada y muy concentrada a la vez. Sonríe al mismo tiempo que tuerce los labios, como si no supiera bien cómo reaccionar, si la tarea la relaja o si requiere estresarse aunque sea un poco. Muestra los dientes, como si la sonrisa quisiera ganar, pero sus labios siguen fruncidos. La expresión, tan vaga y específica a la vez, me causa ternura.
No puedo dejar de mirarla. Pero luego ella es quien me mira a mí, fugazmente.
Bajo la vista y finjo que la encimera de mármol falso es la cosa más interesante que existe sobre la faz de la Tierra; la golpeo con las uñas ligeramente y espero a dejar de sentir la mirada de la chica sobre mí, a que el ambiente se sienta menos tenso, más seguro. Pasan los segundos; pasa, tal vez, medio minuto, y nunca me siento mejor. Vuelvo a ver a Rebecca solo para darme cuenta de que ya no me está mirando, de que tal vez me quitó los ojos de encima hace ya un buen tiempo; y yo estuve estresada sin razón.
Suspiro. Estar enamorada me hace daño. O tal vez solo quiero pensar eso para ver si así puedo, de una vez por todas, deshacerme de esto, convenientemente antes de arruinarlo todo, de dejar de poder ocultarlo, de que Rebecca vuelva a notar lo rara que me pongo junto a ella y me confronte por eso al por fin notar lo que en realidad pasa en mi interior, lo que pienso, lo que siento.
Pero por más que intente convencerme, no va a funcionar. Tal como durante los pasados doce años, parece que este amor se quedará conmigo hasta el día de mi muerte, y lo único que puedo hacer es seguir sufriendo por todo lo que no es posible.
No es posible que no note la intensidad de mi enamoramiento si yo soy quien trae los granos de café que muele cada mañana y noche, quien se llena los bolsillos del pantalón y de la chaqueta con frutos y ni siquiera intenta que no se note, quien le dice a sus padres y a sus compañeros que solo se está llevando las sobras pero en realidad dejó de cumplir con los mínimos que pide el patrón y está arriesgando su trabajo por una chica con la que perdió el contacto por doce largos años y aún no sabe cómo es que la quiere de nuevo, cómo es que la ama de nuevo.
Tampoco es posible que no lo note si, en vez de guardar mis muy pequeñas ganancias, ahora uso todo en cosas que tienen que ver con ella; en llevarle esa blusa que vi en la boutique que, con ese diseño de flores rosadas por toda la tela, solo podía recordarme a ella, esos aretes de cristales blancos que resaltan tan bonito entre el montón de pelo rojo que cae sobre sus hombros, esas galletas que recordaba que le gustaban cuando éramos niñas y parece que aún le encantan; en llevarla por helado después de nuestros paseos en bicicleta a la orilla del río; solo gastar en amarla y amarla y que ella ame lo que hago para hacerla feliz.
Y me delato más en mi acto de amor más grande, en ponerme en peligro a mí, completa, en arriesgar mi seguridad junto a ella por las cosas que alguna vez fueron suyas, por lo que aún debería ser de su propiedad y que sigue amando. Por todas las cosas que su padre le arrebató injustamente. Hoy volveremos por más de su ropa y por algunos de los libros que tenía. Y tal vez este domingo, como empieza a hacerse tradición de nuevo, robemos más de los cassettes que tiene la vecina.
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El tiempo perdido
RomanceDurante su infancia, Isabel y Rebecca fueron amigas, hasta el día en el que ésta se fue sin decir adiós. E Isabel, completamente enamorada de Rebecca, pensó que no podría tener algo más como eso en la vida. Y fue verdad, hasta el día en el que Rebec...