—Isa, tengo miedo.
Me volteo hacia Rebecca y la veo mordiendo una de sus uñas otra vez; arranca un pedazo y lo mastica con fuerza. Parece que va a llorar mientras mira hacia la puerta, tal vez esperando a que mis padres salgan de inmediato y le digan que no la dejarán entrar. Puedo ver cómo respira, profundo; su diafragma sube y baja de forma irregular, y puedo escuchar el esfuerzo que está haciendo para que pueda moverse. Nunca la había visto así de nerviosa por hablar con mis padres. Nunca la había visto así de nerviosa, en general.
Cuando conocí a Rebecca, conocí a una persona sin miedo, mucho más segura que yo; y ahora yo soy quien la debe ayudar a estar tranquila. Me molesto con el mundo por lo que sea que le haya hecho, por los eventos que la hicieron cambiar; ella merece sentirse segura. No debería sentir que está en peligro por entrar a mi casa, mucho menos cuando aquí fue tan feliz.
No debería sentir que va a ser rechazada.
Dejo la bicicleta a un lado de la casa, recargada sobre los ladrillos rojos, y me acerco a Rebecca sin estar segura de qué hacer para calmarla; qué decir, cuál contacto es correcto, qué tono debo usar.
Con duda, apoyo mi mano en uno de sus hombros, acariciando la tela de su vestido rosa y concentrándome en la sensación para poder calmar mis propios nervios. Ella confía en mí, pero yo no me siento igual de cómoda con ella; el tiempo ha arruinado el lazo que teníamos, tal como hace con todos los lazos.
Veo sus rizos teñidos de un hermoso rojo fantasía moverse a la vez que se voltea hacia mí, mirándome como si supiera que tengo algo que decirle, y sobre todo, queriendo escuchar.
Trago saliva mientras pienso, una última vez, qué es lo más adecuado para decir.
—Estarás bien, ¿sí? Mis papás te quieren. No por nada mi mamá me entregó tu carta —explico mientras le hago masaje, esperando reducir su tensión. No parece que se sienta menos nerviosa, pero se ve que empieza a entender; no le puede ir tan mal como su ansiedad le hace pensar.
—Estaré bien —repite. Respira profundo otra vez—. De acuerdo, estaré bien —escupe, y suena convencida. Sonríe como si lo estuviera.
Y yo sé que probablemente no lo está, que por dentro aún siente que se muere de nervios y de vergüenza, pero no lo menciono.
Toco la puerta. Solo hay que esperar unos tres segundos antes de que mi mamá la abra, tan sonriente como siempre.
—¡Hola, mi vida! Llegas justo para la cena —dice mientras se apoya con el marco. Luego se asoma, tal vez viendo que mi mano está en el hombro de Rebecca, quien parece querer ocultarse tras la pared; otra vez, se está arrepintiendo de pedir lo que necesita—. ¡Rebecca! —exclama entre risas mientras sale para abrazar a la chica, quien por fin se calma ante el contacto, ante la confirmación de aquello que le dije: Mis papás la quieren—. Pasa, por favor.
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El tiempo perdido
RomanceDurante su infancia, Isabel y Rebecca fueron amigas, hasta el día en el que ésta se fue sin decir adiós. E Isabel, completamente enamorada de Rebecca, pensó que no podría tener algo más como eso en la vida. Y fue verdad, hasta el día en el que Rebec...