Diecisiete

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Caminaba buscando un buen lugar para sentarse, pero hoy toda la gentuza decidió salir con sus gusanos para que jugaran en el parque, llenos de tierra y tocando las barandas de los aparatos.

Quería dibujar ese árbolito que estaba en el medio, pero el imbécil niño no dejaba de moverse y meterse en el medio. Se estaba hartando. El repugnante sonido del carro de helados lo estaba sacando de sus cabales también.

Odiaba a los niños.

Odiaba el helado.

Respiró profundo, intentando alejar los tristes pensamientos que tenía respecto al helado, no es que odiara específicamente esa cosa fría, de colores con distintos sabores, no, odiaba todos los recuerdos dolorosos que le traía.

¿Quizás le molestaba el hecho de que esos chiquillos podían tener una infancia normal?

¿Que podían divertirse libres, sin miedo a que una mamá les regañe por decir que eso está mal, por hacer cosas que hace un niño de cinco años?

Porque los niños se ríen, juegan con cosas del suelo, rompen cosas y solo piensan en divertirse, no en estudiar todos los días, a toda hora y aprender sobre estúpidas reglas del comportamiento.

Y aunque ahora, pensar en las cosas que podría haber hecho de pequeño le resultaban asquerosas y sucias, tal vez de no ser por esa mujer, todo sería diferente.

Emborronó la pintura que tenía a medias y arrugó la hoja lanzándola al basurero, pero lamentablemente no asistió a deporte en la primaria y cayó fuera el bote.

Resopló como un caballo desgastado de tanto recorrer montañas. Eso era tan estúpido.

Estaba enojado y no tenía una razón, siempre le pasaba, para librarse de esa ira dibujaba, pero ahora la rabia que tenía era por eso.

Intentó calmarse e iniciar otro, algo nuevo que saliera de su imaginación. Dejó que su pincel se moviera al ritmo de lo que dictara su corazón, pero conocía esos ojos, conocía esos labios porque ya los había probado.

¡Estaba pintando a MinHo, al maldito Lee tengo un hermoso rostro y cuerpo MinHo!

Selló con pintura blanca, antes de terminar algunos pequeños detalles de su cara.

La tarde estaba cayendo, muchos gusanos iban abandonando el parque así que podía estar más tranquilo. Soplaba una brisa suave y fresca, los pájaros que aún no se iban a dormir seguían cantando como si fueran las ocho de la mañana. El horrible carro de helados se había ido también.

Le encantó el resultado, sonrió inconscientemente al pensar en él y oh... Estoy enamorado tan mal. Cuántos otros dibujos tenía sobre ese chico, cuántos que jamás le entregaría.

No supo cómo exactamente se armó de valor aquella vez para besarlo, como los besos fueron llenándose de más que un momento y terminó teniendo la mejor mañana de toda su vida.

Excepto por la vez que JinSee le regaló su amado Mustang.

MinHo lo volvía loco, lo mataba y lo regresaba a la vida. Si quería, se entregaba en cuerpo y alma a ese hombre, pero no podía porque no era suyo, ni lo sería nunca.

Retuvo las ganas de gritar ahí mismo y parecer un friki raro que tenía ataques de personalidad, pero poco le importaba sus opiniones.

Mentira, le importaban mucho.

Recogió sus pinturas, pinceles y hojas. Terminó por empacar su termo de batido de yogurt y se fue caminando, porque sí, los millonarios también caminan, luego de colocarse sus audífonos con una playlist de Adrianne Lenker reproduciéndose.

Verde, Amarillo & Rojo - MinSung Donde viven las historias. Descúbrelo ahora