Capítulo 25

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Después de estar merodeando por las calles en las que creció, en las que creyó convertirse en un adulto sin ser uno, en las que había dejado su pasión y alma, aquellas calles de las que algún día se había sentido dueño y que ahora no le pertenecían más. Se sienta en una banca de la plaza donde tiene su nombre grabado desde hace unos años junto el nombre de los que creía eran sus amigos. Su nombre estaba junto al de Sam, lo único que los separaba era una estrella que probablemente había sido Sam quien lo había dibujado.

Se queda observando a los niños jugar donde siempre había alguien quien resaltaba, aquel niño que era como el líder del grupo, el amigo de todos y la razón de que el grupo este unido.

Se levanta y sigue su camino, ya prácticamente de noche. Las pocas estrellas del cielo de Texas comienzan a aparecer y lo acompañan hacia la casa de quien creía era su alma gemela. Ahora era una casa vacía. Las luces estaban apagadas, la puerta cerrada al igual que las ventanas. ¿Por qué lo había dejado ir? ¿Por qué no había intentado de arreglar las cosas? ¿Por qué era tan cobarde?

Jamás podría considerarse digno de su amor, como el humilde suelo que nunca aspira a tocar el brillo celestial de las estrellas.

...

7 años después

A pesar de los años, las palabras de los que llamaba amigos y de haber conocido a personas que le habían dado la luz que necesitaba en su vida, aún esperaba un mensaje, una carta o una respuesta de parte de Sapnap, por más que sabía que su amor lo intoxicaba.

Por mucho tiempo su corazón anhelaba a alguien inalcanzable, a quien no podía dejar de amar. Ese amor imposible lo consumía, pues aunque no podía estar con esa persona, su deseo de hacerlo era intachable.

Aprendió a que no podía seguir agregándole más capítulos a su historia con Sapnap, porque en algún momento terminaría odiándola. El libro debía cerrarse. La vida debía seguir después de Sapnap. No podía seguir mirando hacia atrás. La vida no lo iba a esperar.

Entonces se dio por vencido de ese amor, porque no podía continuar atrapado en un laberinto sin salida y porque encontró a alguien que le mostró la llave para salir de allí. Alguien que le hizo cambiar la idea del amor, alguien que le mostró que toda su vida había estado equivocado con este concepto. Le mostró que el amor no es dolor, sino que es un refugio de paz, un lazo que enriquece el alma y le da sentido a la vida. Le enseñó a sentirse amado desde el primer cruzar de ojos, y es que Karl había dejado de creer en el amor a primera vista desde hacía varios años, pero él... él le mostró que era real, que había una conexión invisible entre las personas que estaban destinadas a encontrarse. Que los "Te amo" se sentían cortos por lo que sentía y que nunca era tarde para empezar a vivir.

En esos siete años Karl terminó el instituto en Carolina del Norte y se graduó de la universidad como literato, donde conoció al dueño de sus escritos y dueño de su corazón.

Ambos estaban en una de esas citas espontáneas que su pareja le proponía cada vez que necesitaban un respiro del trabajo. Era casi como una rutina de la semana, aunque siempre se sentía especial.

Lo recibía con un ramo de las más frescas flores y tomaba su mano, a veces iban a desayunar si es que era muy temprano, o si era más tarde merendaban y luego lo acompañaba a casa donde cocinaban los dos junto a sus padres.

Ese día habían salido al media tarde. Después de ir a almorzar paseaban por las calles que Karl recordaba en su niñez. Recordaba siempre ver a los niños jugar, mientras él se sentaba en una banca con sus padres, ya que no sabía hacer amigos o era muy tímido para hacerlos.

Siguieron caminando por las calles hasta que sintió un sonido particular. Ese sonido de las ruedas del skate sobre el concreto y del roce de las tablas. El suave viento chocando contra las mallas de metal. En grito eufórico de los niños y los gritos de ánimo de estos mismos.

Karl toma del brazo a su pareja y lo guía hacia el sonido donde se encuentran con un parque de skate que hasta hace unos años se creía abandonado. Ahora había varios niños de distintas edades, algunos más experimentados que otros. Los más pequeños usaban cascos y rodilleras, además que había alguien que les enseñaba; alguien que pudo reconocer al instante.

Podría reconocerlo hasta en medio de una multitud. Reconocería en cualquier lugar ese cabello que se ondula tan hermoso al final y que cubre con una gorra, reconocería perfectamente esos labios hasta con los ojos cerrados y reconocería perfectamente el color de sus ojos de un verde tan hipnotizante.

Le da una felicidad verlo de nuevo y ver que se ha convertido en alguien. Le da felicidad darse cuenta que no fue el único que logró seguir con su vida, darse cuenta que él también está mejor y que tal vez sus vidas siempre estuvieron destinadas a verse de lejos. Porque aunque hace unos años había deseo jamás verle otra vez, estaba feliz de verlo una última vez y ya no como el chico marginado que recordaba, sino como un hombre que había encontrado su lugar.

—¿Lo conoces? —pregunta su novio.

—Es un recuerdo que mi mente se niega a desechar.

—¿Un recuerdo malo?

—Solo un recuerdo.

FIN.

Kool Kids [Karlnap]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora