CAPÍTULO 4: Sólo Amigos

28 7 0
                                    


Capítulo 4

Chicago, Universidad, enero 1993

La casualidad nos llevó una vez a encontrarnos un día a la hora del almuerzo. Desde el día siguiente empezamos a llevar cada uno nuestra comida y a provocar esa "casualidad". Yo no necesitaba llegar a esa hora. Y allí estaba siempre, sin falta. ¡Es más! Yo llegaba incluso los días que no tenía clase, sólo para ver tus ojos, al menos una hora. 

 Tú encontraste una mesa entre los árboles de un jardín más apartado. Allí pasábamos mucho tiempo, platicando, riendo... conociéndonos.

- !Profesora White! - Me llamaste en voz alta - !Venga por favor! En esta banca podemos comer los dos, claro, si no le disgusta mi compañía.

- Por supuesto que no Albert. Sabes que me agrada mucho compartir contigo... "Lo que sea!" - agregué para mí. - Pero....

- ¿Pero?....¿Me tienes miedo? - preguntaste ya tutéandome cuando nadie más nos oía y con una sonrisa pícara que derritió.... quisiera decir mi corazón, pero no. Fue otra cosa la que sentí derretida entre mis piernas. Reponiéndome lo más rápido que pude, respondí:

- No, no tengo miedo de tí, sino de las malas lenguas. No hay nada peor que hacer cosas buenas que parezcan malas.

- Pues muy malas deben ser las lenguas si van a sacar un chisme de un inocente almuerzo. !Vamos, acompáñame a comer! ¿O prefieres que los dos comamos solos, como si estuviésemos peleados? Eso sí podría ser mejor materia para un chisme. ¿No te parece? - Sin más, me senté junto a tí.

Ese fue el inicio de una práctica que se hizo costumbre. Todos los días almorzábamos juntos. Casi siempre estábamos solos los dos, pero con el tiempo tus amigos empezaron a llegar y luego Annie también se nos unió. Perdimos la privacidad que anhelábamos, pero fue bueno compartir la mesa con todos ellos porque nos ayudaba a ocultar lo evidente ante los ojos de los demás, pero también ante nuestros propios ojos.

De a poquito llegué a conocerte mejor: Stear y Archie no sólo eran tus amigos, sino también tus primos segundos. Neil y Eliza eran hermanos y compañeros del colegio. Los fines de semana hacías montañismo y usualmente acampabas donde te encontrara la noche. !Incluso eras voluntario en un refugio de perros y gatos sin hogar! Simplemente perfecto. Tanto que me dio miedo.

Cuando estábamos solos, te conté de mis ansias por estudiar un doctorado, de mi estrecha relación con mi padre y mi hermano y de mi fallido intento de matrimonio cuando el que creí que era el hombre de mi vida huyó unos meses antes de la boda, a Australia, con su entrenador de pilates.

- !No te creo! - dijiste sorprendido y con la boca abierta - Aunque solo un hombre gay o un perfecto estúpido te dejaría si tiene tu amor.

- ¡No te burles de mí! - te pedí seriamente.

- ¡No, no lo hago! Si tuviera la suerte de tener tu amor, jamás te dejaría. Por nada del mundo. - me dijiste con una expresión desconcertante, entre seria y divertida. Yo negué con la cabeza y por primera vez abordé el tema del cual no hablábamos.

- Albert, sabes que nosotros sólo podemos ser amigos - Dije tajante, sin dar pie a discusión.

- ¿Te parece? ¿Eso es lo que quieres? - Preguntaste viéndome a los ojos con una intensidad que hizo temblar mis manos sobre mis piernas. Con un movimiento decidido tomaste una ellas por debajo de la mesa y entrelazaste tus dedos con los míos, apretándola con ternura y ansiedad. Un escalofrío me recorrió desde la raíz de mis cabellos hasta las uñas de mis pies y me perdí otra vez en tu mirada.

- ¡Lo sabía! - dijiste con una sonrisa de triunfo al percibir mi temblor. Tú quieres lo mismo que yo y no es solo una amistad.

- ¡No! - dije tajante otra vez. - Nada más que una amistad puede pasar entre nosotros. - Aparté rápidamente mi mano de la tuya. Tus amigos se acercaban rápidamente. Gracias a Dios estaban enfrascados en la discusión del día, así que no prestaron atención a mi turbación, ni a tu mandíbula tensa.    

ALWAYSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora