Capítulo 5: Salón de Sesiones

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Chicago, Salón de Sesiones de la Universidad, septiembre 1995

- Por favor identifíquese y explique por qué está aquí.

- Hola, buenas tardes a todos. Soy Alistear Cromwell. - Se presentó ajustando la chaqueta de su traje azul y subiendo sus lentes sobre el puente de su nariz. Se sentó en la sillita frente al imponente escritorio de madera. Un gran ventanal frente a él hacía sombra sobre la identidad de las 4 personas sentadas del otro lado, lo que imprimía un aura de misterio en toda la estancia. - Yo soy amigo de Albert Ardlay. No sé si necesariamente su mejor amigo, pero al menos sí el menos pendejo, porque lo que son los demás... - Dijo soltando una espontánea carcajada que debió cortar en seco, porque nadie más en la mesa se reía. - !Perdón, señor Decano!... señores... señor Rector... seriedad, sí seriedad. Soy amigo de Albert y he sido testigo de toda la historia desde el inicio. - El silencio del otro lado de la mesa lo invitó a seguir.

Stair contó lo que sabía, que era nada. Como testigo de nuestros almuerzos e interacciones, poco o nada tenía para contar de nuestra relación amorosa. Que al principio no existía ninguna. Se necesitó de aquella situación estresante con tu auto para que lo nuestro se desencadenada. Y de eso, él no sabía nada. Ni siquiera se lo imaginaba, a pesar de su perspicaz inteligencia.

Yo estaba muy nervioso, viendo desde el público como se decidía mi vida , sin poder hacer nada, sin poder decir

nada. Todos mis amigos estaban conmigo, pero yo me sentía solo. No simplemente solo. Me sentía abandonado,

porque tú no estabas allí, enfrentando esta trampa conmigo. Me sentía muy abrumado. No sabía que tramabas, no

sabía cuál era tú plan, pero me negaba a cree que me habías dejado a mi suerte.

Le tocó el turno a ella, a Annie Britter. Su declaración me heló la sangre, como a todos en la sala.

- Señores del Consejo Universitario, mi nombre es Anne Britter y me vi en la penosa necesidad de denunciar a la profesora Candice White por tratos deshonestos hacia su alumno William Albert Ardlay. Ella me contó cómo se sentía atraída por el señor Ardlay y que buscaría alguna forma de inducirlo (con incentivos o amenazas) a sostener con ella relaciones sexuales. Yo le hice ver lo equivocado de su proceder, la poca ética profesional que demostraba con esas intenciones. Le recordé que el reglamento de esta digna casa de estudios prohíbe expresamente estas situaciones, protegiendo a los estudiantes, a quienes nos debemos. Ella me hizo ver que al ser mayor de edad el estudiante en cuestión, no existía objeción. Allí le recordé la situación de poder en la que se encuentra ella frente a él, pudiendo manipularlo u obligarlo a acceder a sus requerimientos, al tener en sus manos las calificaciones de las clases que le impartía. Ella demeritó este argumento, animándome a seguir su ejemplo, ya que en esos días era asediada por uno de mis estudiantes a quien le puse un alto por sus insinuaciones indecentes.

En ese momento mi amigo Archie se levantó bruscamente de su silla haciendo un ruido metálico que hizo que todos los presentes voltearan a verlo. El rostro de Archie se encontraba encendido de cólera, sus ojos fulguraban de ira y con la voz temblando de rabia le gritó:

- !Eres una mentirosa! !Falsa! !Pagarás cara tu traición!

Ella lo miró con dolor, arrepentimiento y desesperación, pero no se retractó. Por un momento pareció que soltaría el llanto, pero tampoco lo hizo. En un arranque de desesperación y rabia Archie lanzó un grito que más bien parecía el bramido mi una fiera herida. Tiró la silla al hacerla a un lado y salir del salón dando un gran portazo y en medio de un gran alboroto porque todo los chicos lo siguieron.

Yo me quedé. Necesitaba estar presente para comprender la dimensión de lo que estaba pasando. Nos estaban

juzgando. Estaban juzgando nuestro amor, nuestra relación, sin darnos la oportunidad de defendernos. Y la peor

parte te la llevabas tú, y yo, sin saber cómo, ni de quién defenderte. ¿Dónde demonios estabas, Candy? ¿Por qué

dejaste que te acusaran así, impunemente, sin defenderte?

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- No valía la pena hacerlo, Bert. A mí no me afectaría en nada aquel circo. A tí, en cambio, sí hubiese arruinado tu vida profesional . Ahora comprendo las razones de Annie de haber hecho lo que hizo, y no la culpo. Si no me hubiese echado a mí la culpa, la lupa hubiese caído sobre su relación con Archie, y el único perjudicado hubiese sido él.

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Lejos estaba yo de saber que Annie había caído en una trampa y que se había visto obligada a decir aquello por el

bien de Archie. Annie fue el señuelo, tú eras la presa. Y yo... yo fui un botín de guerra. Pero de todo esto me di

cuenta muchos meses después, cuando saber la verdad ya no importaba.

En ese momento sólo podía pensar en el dolor que sentirías al enterarte que tu mejor amiga te había traicionado de

esa manera. Fue más tarde, ese mismo día que me enteré que me habías dejado. El mundo se desmoronó a mi

alrededor y mi vida entera dejó de tener sentido.

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- ¡Lo lamentó tanto Albert! ¡No sabes lo que me dolió tomar aquella decisión! Pero era lo único que podía hacer en ese momento. Tu vida estaba en riesgo.

- !Dolió mucho Candy! Aquel día empezó la peor etapa de mi vida.

- ¡Y la mía!... - Le dijo abrazándolo y escondiendo otra vez su rostro en aquel amplio pecho. Él besó su frente en un momento de total calma.

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