Capítulo 9: Bed of Roses

30 4 0
                                    


ADVERTENCIA:  Capítulo con contenido erótico y lenguaje explícito, no apto para menores de 18 de años


Chicago, mayo 1993

Pasamos aún un par de meses viviendo nuestra relación a medio vapor. No nos atrevíamos ni a mirarnos en la universidad, mucho menos a rozarnos. No había poder humano que te convenciera de vernos si era semana de parciales, o si tenía tareas o proyectos que hacer. Y yo, me quemaba a fuego lento sin que tú te apiadabas de mí. Después del entremés que me diste en el bosque, yo no hacía más que soñar contigo, dormido y despierto y el final del sueño siempre era el mismo: yo derramando mis ansias dentro de tí.

Pero tú, en tus trece, no cedías. Tu posición era muy clara:

- La prioridad para ambos debe ser que te gradúes - Me decías muy seriamente. Y te lo agradezco, ahora. En ese momento, lo odié, pero reconocía que tenías razón. Si hubiésemos desatado nuestra pasión como yo lo deseaba, seguramente hubiese suspendido todos los cursos.

Nuestra rutina era casi monástica: Pasaba a tu casa a medio día para almorzar juntos. Yo trataba de robarte un beso o pasar a segunda o tercera base, pero tú siempre te escabullías como una niña traviesa. Llegábamos juntos a la universidad, yo iba a mis clase, rendía mis exámenes, mientras tú hacías tus tareas. Te llevaba de vuelta a tu casa, donde después de darme un beso que no pasaba a más, me cerrabas la puerta en la cara, hasta el día siguiente.

De pronto, caí en la cuenta de que una oportunidad de oro se me presentaba:

- Amor, ¿este sábado es tu cumpleaños, ¿Cierto?

- ¡Cierto! Cumplo 28

- Quiero celebrarlo contigo, ¿Se puede?

- !Nada me haría más feliz!

- Entonces apártame el fin de semana.

- ¿Todo el fin de semana? - me preguntaste entre incrédula y emocionada.

- De viernes en la noche a domingo en la noche.

- !Hecho! Hablaré con mi padre para que lo celebremos en otro momento.

El viernes en la noche, al terminar nuestras tareas nos encontramos en la banca en la que usualmente nos reuníamos. Te entregué la primera parte de mi regalo.

- Ponte esto, por favor. Iremos a cenar. - te dije muriendo de anticipación por verte en aquel vestido. Me regalaste una sonrisa luminosa, me miraste con una mirada seductora y te mordiste el labio inferior haciéndome perder la cordura - !Por Dios Candy!, ¡No hagas eso!... O no podré contenerme y te tomaré justo aquí sobre esta banca y nos expulsan a los dos. - Te reíste con muchas ganas. No dijiste nada. Quedamos de encontrarnos allí mismo al estar listos. Yo llegué primero, con un traje azul marino, camisa blanca, corbata a rayas rojo y negro. Te gusté, lo sé, porque me comías con la mirada de forma tan descarada que pensé en saltarnos la cena y llevarte directamente a tu habitación. La tentación fue mayor al verte con aquel vestido rojo que había escogido para tí: de falda amplia sobre la rodilla, con un cinturón negro de encaje que resaltaba tu hermosa cintura, escote recto que dejaba ver la base de tus senos, pero cubiertos por un fino encaje negro Tu pelo suelto enmarcaba tu bello rostro con un maquillaje muy natural.

- Tiene usted muy buen gusto, señor Ardlay - me dijiste con una voz que erizó mi piel - y también muy buen ojo. Me queda perfecto.

- He tenido la suerte de recorrer tu cuerpo, aunque no fuese más que una vez y no por completo. Pero eso fue suficiente para grabarte a fuego en todo mi ser. - Sentí tu estremecimiento como respuesta a mis palabras. - ¿Vamos?

ALWAYSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora