CAPÍTULO 32: ¡TE ENCONTRÉ!

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Londres, diciembre, 2000

- !Cariño! !hola!... tenemos invitados a cenar - dijo en voz alta al abrir la puerta de su casa, y luego, dirigiéndose a sus invitados: - entren que los presento...

- ¿Y si mejor regresamos otro día? - oí desde la cocina una voz femenina. Mi curiosidad se avivó y presté mayor atención.

- Yo estaría de acuerdo con Karen. No le avisamos a tu esposa, no nos espera... es mucha molestia para ella... - !Esa voz! Podría reconocerla en un millón de años, a kilómetros de distancia... !Su voz!... !Su dulce voz!!! - La vajilla de cerámica resbaló de mis manos mientras él decía:

- !Tonterías! A ella le encanta recibir visitas, además, traemos la cena... no es ninguna molestia. - El estrépitos de los platos estrellándose contra el piso lo interrumpió - !Candy!, !Cariño!, estás bien? - Terry llegó corriendo a la cocina, donde me encontró con una mano apoyada en la encimera a la par de la estufa y la otra friccionando mi abultado vientre de 8 meses de embarazo con un reguero de platos rotos a mis pies. - !Amor! ... ¿estás bien? ... ¿La bebé?

- Si amor... todo bien. Un pequeño calambre, normal... - Con la respiración agitada y un ligero temblor en mis manos alcancé a preguntar: ¿Quién vino?

- Traje a unos colegas abogados. Tu padre los envió para la firma de unos negocios que estamos cerrando. Serán los responsables de de esta cuenta. Son muy jóvenes, pero con garra. Me agradan, creo que tienen mucho potencial. Ven, te los presento. Si estás muy cansada, ve a dormir, yo los atiendo - y tras darme un reconfortante abrazo me dio un beso cargado de promesas para luego acariciar mi vientre y decir: - !Hola Pequeña Ofelia! Papá ya llegó a casa. Pórtate bien con mami, no la patees tanto! Está muy cansada, déjala dormir al menos hoy. - La bebé se movió muy lentamente, como respondiéndole, se acomodó y se quedó quietecita - ¿Ves? ¿Cómo me hace caso? !Ya soy un domador de fieras certificado! - Yo acaricié su mejía con mi mano y le regalé la mejor de mis sonrisas en medio de la tormenta de sentimientos que me azotaba fuertemente. Él tomó mi mano para conducirme al salón. Yo no me moví. No podía moverme. Mis pies se encontraban anclados al piso. Él estaba afuera. Lo sabía, lo presentía. - ¿Pasa algo Pecas? - Me preguntó viéndome muy preocupado - !Estas muy pálida!... cómo si hubieses visto un fantasma...

- Así es... - me animé a decirle - Creo que allá afuera está un fantasma del pasado - Y mis ojos lo miraron suplicándole ahorrarme el mal trago. Él tomó mi rostro entre sus manos y me dió un beso muy tierno en los labios. No sabría decir si realmente entendió lo que pasaba por mi mente. Quizá sí... pero estaba tan tranquilo y seguro de sí mismo y de controlar la situación... que me pareció que no tenía idea de la magnitud de lo que había iniciado trayendo el pasado a casa.

- Ven conmigo... - y tomándome firmemente de la mano, casi me arrastró hacia el salón. Al verme, Albert y Karen se pusieron tan pálidos como yo. Nuevamente me quede anclada al marco de la puerta y al ver que no podía caminar, Terry me abrazó de los hombros y me obligó a dar dos pasos. El silencio era sepulcral mientras Terry no dejaba de mirar descaradamente la reacción de cada uno de los presentes. Karen fue la primera en hablar. Se puso de pie para darme un abrazo.

- !Candy! !Qué gran gusto verte! !Cuánto tiempo ha pasado! ¡Ya nunca supimos nada de tí! ¡Ni Tom ni tu padre nos han dicho donde estabas!. Tampoco nos dijeron que veníamos a Londres a cerrar tratos con tu esposo. !Que sorpresa! !Estás hermosa!

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"Es cierto, sí que lo estabas. Eres muy hermosa y siempre lo serás. Viéndote de cerca estabas aún más cautivadora que cuando te ví por casualidad en el metro. Tu piel parecía brillar con una intensa luz interior que irradiaba paz y belleza. Tus ojos, enormes y verdes se habían quedado clavos en mí, penetrándome el alma. Tus manos, pequeñas, cálidas, delicadas y tiernas como yo las recordaba. Tus pechos, llenos y turgentes habían crecido, seguramente por el embarazo... y claro... tu vientre crecido, como fruta madura, gestando con cariño al vástago de un hombre que no era yo. Karen te abrazó, tratando de disimular el silencioso diálogo que se estaba dando entre nosotros, un diálogo en el que no podíamos desconectar nuestras miradas ni nuestros corazones latiendo al mismo ritmo. Mi pendiente de rosa seguía en su cuello, lo noté de inmediato. No pude disimular una sonrisa de triunfo que evidentemente no le gustó a Grandchester porque carraspeó fuertemente para cortar aquel momento.

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