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Carlisle tenía dieciséis años y su vida estaba dividida entre sus deberes como hijo de un pastor y sus sueños secretos de un amor imposible. Desde aquel primer encuentro con Anahari en el bosque, Carlisle Cullen no había podido sacarla de su mente.
El anillo de plata con la enorme piedra azul que había encontrado era ahora su tesoro más preciado y el símbolo de su primer y único amor verdadero.Cada día, Carlisle regresaba al claro donde la había visto por primera vez, con la esperanza de que ella volviera.
Cada tarde, después de cumplir con sus obligaciones, Carlisle se escapaba al bosque.donde sacaba su cuaderno de dibujo y comenzaba a retratar el rostro de Anahari tal como la recordaba: sus ojos llenos de misterio y su melena suelta ondeando con la brisa.
El claro se había convertido en su refugio, un lugar donde podía estar solo con sus pensamientos y recuerdos. Con cada visita, Carlisle se llevaba su cuaderno de dibujos y un lápiz, decidido a capturar cada detalle de la enigmática mujer que había visto entre las flores.
Sentado en una roca, Carlisle observaba el entorno, tratando de revivir el momento en que Anahari había estado allí. Su mano se movía con precisión y cuidado, trazando líneas y sombras que lentamente formaban el rostro de la vampira en el papel.
Era un trabajo meticuloso, una tarea que le daba consuelo y mantenía viva la imagen de Anahira en su mente.
A veces, Carlisle cerraba los ojos y dejaba que su imaginación completara los detalles que sus ojos habían captado brevemente.
Recordaba la suavidad de su cabello como el bronce bañado en oro , la gracia con la que se movía, y aquellos ojos rubí que lo habían mirado con una mezcla de sorpresa y preocupación.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Cada vez que volvía al claro, Carlisle sentía una mezcla de esperanza y desesperación. Sabía que era poco probable que ella volviera, pero su corazón se aferraba a la posibilidad.
Un día, mientras Carlisle estaba absorto en su dibujo, sintió una ligera brisa que le erizó la piel. Alzó la vista y por un momento, creyó ver una sombra moverse entre los árboles.
Su corazón latió con fuerza, pero cuando se levantó y buscó a su alrededor, no encontró a nadie. Desanimado, volvió a su lugar y continuó dibujando.
Sin embargo, esta vez, una pequeña chispa de esperanza se encendió en su interior.
Tal vez ella estaba cerca, observándolo desde la distancia como él la había observado aquel primer día. Tal vez ella también pensaba en él.
Con renovada determinación, Carlisle terminó su dibujo, capturando cada detalle de Anahari con una precisión asombrosa.
Satisfecho con su trabajo, cerró el cuaderno y lo guardó junto con el anillo, prometiéndose a sí mismo que nunca dejaría de buscarla.