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El primer día de regreso a la escuela después del funeral de su madre fue un tormento silencioso para Sunoo. Cada rincón del edificio le recordaba la carga emocional que llevaba consigo. Los pasillos, una vez familiares, ahora se sentían como un laberinto opresivo. Evitó a todos, incluso a sus antiguos amigos. Solo quería pasar desapercibido.

Sin embargo, alguien más tenía otros planes para él. Heeseung, ajeno a la tragedia que había golpeado a Sunoo, observaba desde la distancia. Había algo en la vulnerabilidad de Sunoo que lo atraía, una necesidad de reafirmar su control, su poder.

Durante el receso, Sunoo caminaba hacia el aula abandonada, su refugio temporal del dolor que lo consumía. Pero al doblar una esquina, Heeseung apareció de la nada, bloqueándole el camino con su imponente presencia. La sonrisa arrogante de Heeseung estaba ahí, pero había un brillo en sus ojos que Sunoo no pudo ignorar.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Heeseung, su tono seductor y peligroso a la vez.

Sunoo bajó la mirada, intentando evitar el contacto visual. No tenía fuerzas para enfrentarse a Heeseung, no hoy. Pero Heeseung no le dio opción. Lo agarró del brazo y lo arrastró hacia el aula abandonada, ignorando cualquier protesta débil de Sunoo.

Una vez dentro, Heeseung cerró la puerta de un golpe, creando una burbuja de aislamiento entre ellos. Sunoo sintió un nudo formarse en su garganta. No estaba preparado para esto, no después de todo lo que había pasado.

—Heeseung, por favor... —intentó decir, pero Heeseung lo interrumpió.

—Silencio, Sunoo. Necesito esto —dijo Heeseung, acercándose peligrosamente.

Heeseung lo empujó contra la pared, su cuerpo pegándose al de Sunoo con una urgencia que Sunoo no pudo ignorar. Los labios de Heeseung encontraron los suyos, hambrientos y dominantes. Sunoo intentó corresponder, pero el dolor y la tristeza eran abrumadores. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, rodando por sus mejillas mientras Heeseung seguía avanzando, ajeno a su sufrimiento.

Sunoo sollozó contra los labios de Heeseung, su cuerpo temblando. La realidad de su pérdida, el peso del dolor, todo se acumuló en un solo momento, quebrándolo desde dentro. Heeseung finalmente se apartó, notando las lágrimas de Sunoo por primera vez. Su expresión cambió de la lujuria a la irritación.

—¿Qué demonios te pasa, Sunoo? —gruñó Heeseung, su frustración evidente.

Sunoo no pudo hablar. Solo podía llorar, su cuerpo sacudido por los sollozos. Heeseung lo miró con una mezcla de enojo y confusión, incapaz de comprender la profundidad del dolor de Sunoo. Pero algo en la vulnerabilidad de Sunoo le hizo sentir una pizca de lástima, aunque seguía dominado por su propio deseo.

—Esto es un desperdicio —murmuró Heeseung, apartándose de Sunoo con un suspiro exasperado—. No tengo tiempo para esto.

Heeseung salió del aula, dejando a Sunoo solo en su miseria. Las lágrimas de Sunoo caían sin control mientras se deslizaba por la pared hasta el suelo. La humillación y el dolor se entrelazaban, creando un pozo profundo de desesperación en su corazón. Se abrazó a sí mismo, intentando encontrar consuelo en medio de la oscuridad.

El regreso a casa esa tarde fue un borrón. Sunoo apenas notó el trayecto, su mente atrapada en el dolor y la humillación. Al entrar, encontró a Rose en la sala, su rostro aún marcado por el llanto. Su padre estaba sentado en silencio, una figura de luto constante.

Rose se acercó a él, abrazándolo con fuerza. Sunoo se derrumbó en sus brazos, sus sollozos resonando en la casa vacía. Ambos compartían el mismo dolor, la misma pérdida, y en ese momento, solo tenían el uno al otro para apoyarse.

La noche se cerró sobre ellos, envolviéndolos en una sombra que parecía interminable. Sunoo sabía que el camino hacia la sanación sería largo y doloroso, pero con su hermana a su lado, encontró un pequeño rayo de esperanza. Aunque el peso del mundo parecía insuperable, estaba decidido a encontrar una forma de seguir adelante, de vivir con el dolor y eventualmente, de encontrar paz en medio del caos.

Echoes | HeesunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora