Brístol, Inglaterra
Presente
Trabajaba en las mañanas en Collingwood, después del almuerzo hacía mi viaje directo a lo que era la nueva agencia de eventos Van Allen y pasaba con Rachel el resto de la tarde. Debía ganarme la vida de una u otra forma y me venía bien desempeñarme en lo que amaba y en lo que sabía que era buena.
Era algo estresante a veces, sin embargo.
Las dos jefecitas que me mandaban destacaban en mi mente por el parecido entre ellas. Era difícil, complicadísimo, que pudiera tener el valor para pedirle un día libre a alguna de las dos. Ambas daban miedo. Conocía a Rachel desde siempre, pero en el trabajo era un monstruo con cachos y cola que espantaba y explotaba a todos. Cornelia, por otro lado, me enviaba tantos mensajes subliminales sobre responsabilidad y dedicación que había aprendido a procesar las oraciones de atrás hacia adelante en búsqueda significados ocultos.
Pero laborar con ellas era un lío que me traía felicidad, así que tampoco me podía quejar mucho.
―Hoy Gisele se tomó el día libre. ―Ella sí podía porque bueno, era Gisele―. Así que seré yo quien me encargue de ustedes.
Mi puesto en Southville era de asistente, ayudaba a Gisele de lunes a viernes con sus clases. Los alumnos iban desde adolescentes como Mags a adultos mayores de edad los martes.
Hoy, viernes, tocaba el grupo de jóvenes.
― ¿Qué vamos a hacer? ―Bufó Ignacio, un quinceañero que no era santo de mi devoción. El muy idiota trataba mal a Mags cuando se equivocaba, tenía un ego elevado para hacerlo pero no para admitir que la pubertad le estaba llenando la cara de acné. Él se maquillaba más que yo―. ¿Por qué Gisele no vino?
―Profesora Gisele ―le corregí mientras buscaba la pista de calentamiento―. Harán lo mismo de siempre, estirarse y repasar los bailes.
―Bueno. ―Rodó los ojos―. Me imagino que perderemos una clase de correcciones, ¿no?
No estaba de acuerdo con meterme con la coreografía de otros sin permiso. Gisele no estaba y eso le daba la razón, me sentaría en una silla a detectar pequeños fallos como pies no en punta y brazos mal puestos, pero no era capaz de hacer nada más.
―Imaginas bien.
El sabandijas tensó la mandíbula y se dio la vuelta para reunirse con el grupito, eran doce y la asistencia marcaba diecisiete. Cada vez venían menos.
Personalmente guié el calentamiento. La semana pasada Gisele y yo acordamos hacerlo más largo, buscando más flexibilidad en ellos al momento de bailar, así que ahora aprovechaba las clases para ejercitarme a fondo sin tener que hacerlo en casa. Gisele era una excelente bailarina que sufrió lesiones durante una presentación par de años atrás, viéndose forzada a retirarse, por lo que mi papel como ayudante consistía más en ser un modelo para enseñarle a los jóvenes o viejos bailarines en formación cómo moverse.
― ¡Brandon, estira más los brazos! ―Elevé un poco la voz para que el rubio me pudiera escuchar por encima de la música―. ¡Leticia, si inclinas las caderas se te hará más fácil elevar la pierna! ―Por el rabillo del ojo percibí cómo una de las parejas se acercaba cada vez más a la otra, es decir, preví la tercera guerra mundial―. ¡Mags, cuída...!
― ¡Eres una maldita tonta! ―Ignacio la empujó al piso antes de ir a ayudar a su pareja a levantarse del suelo a raíz del choque. Apagué la música y con una mirada hice que las risas de los demás pararan―. ¡Lo único que haces bueno es atrasarnos, no entiendo cómo te permiten entrar!
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Deseos ocultos © (DESEOS #2)
General FictionTras una corta temporada bajo el mandato de una jefa irritante, Marie Van Allen encuentra trabajo de instructora de baile en un antiguo edificio de Brístol. Tras la tormenta piensa que ha alcanzado la felicidad, eso mientras que para Ryan la vida nu...