Capítulo 10: Primera ronda.

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Estocolmo, Suecia

Pasado


Disfruté del Museo Vasa a un día de la primera ronda de eliminación. No era admirador de la historia. La antigüedad no me envolvía. Pero el pasado era importante para mí. Él influía indirectamente en el presente, más no determinaba el futuro. A bordo del buque de guerra, con tantos objetos viejos alrededor, no había podido evitar asociar cada uno de ellos con un relato ficticio. Preguntarme qué papeles habían jugado sus portadores para el desarrollo de la actual Suecia.

No era un cuentista de primera, sin embargo.

La historia que narró la mujer de la exposición era mejor. Ella le hacía llegar a los turistas, a mí y a dos familias grandes, la forma trágica en la que el orgullo de la nación se hundió a trescientos metros de abandonar Estocolmo. Ello debido a una inesperada ráfaga de viento y al sobrepeso de una fila extra de cañones.

Antes de irme compré postales de dicho museo-buque hundiéndose siglos atrás y almorcé perritos calientes en un parque de atracciones. Cerca de él cogí el ferry que me sacaría de Djurgården, la isla dónde aparcaba la unidad de flota sueca, y que me llevaría al sur de Gamla Stan.

Pisar Slottsbacken, la avenida de Gamla Stan dónde alquilábamos, no fue difícil. Ya había memorizado el camino a la residencia. Broken había conseguido un piso, lo que resultaba mejor para nuestros bolsillos que un hotel. Y estaba bien. La soñara Olofsson, la arrendadora, era lo suficientemente amigable y dulce como para ser la abuela de todos. Y hablaba inglés. Su esposo, un fallecido abogado británico, le había enseñado.

― ¡Henry! ―La anciana dejó la escoba apoyada en la pared y empezó a cojear hasta mí. Me acerqué y le ofrecí mi brazo―. Muchacho, ¿por qué hacen tanto ruido? Empiezo a pensar que el suelo está siendo comido por la plaga de nuevo. Desmoronándose.

La guié a una butaca en el jardín junto a las escaleras, dónde se sentó y descansó su cadera operada por artrosis.

―Tu suelo está bien, Astrid. ―Me hacía gracia la forma en la que se sonrojaba y me miraba mal cuando la llamaba por su nombre―. A veces a los chicos les entra el pánico y se ponen a practicar como jodidos dementes. Les diré que se calmen.

Algunos se sentían mejor ensayando hasta el último segundo. Yo no. Me gustaba reposar, relajarme y no pasar a la pista arrastrando tanta tensión. Pero cada quién tenía sus formas.

Ella dejó de lado su aparente enfado y sonrió.

―No, no, no. ―Sus manos tenían lenguaje propio, era expresiva y las sabía mover mientras hablaba―. Entiendo, ustedes deben darlo todo. ¿Cuándo es la final, dices?

―En cuatro semanas. ―Le habíamos dado boletos para ir a cada una de las rondas. Los demás y yo no teníamos a nadie más para llevar, por lo que las entradas se perdían―. Mañana empezamos.

― ¿Mañana? ―Se levantó abruptamente y su rostro se contrajo con dolor―. ¡No tengo nada que ponerme!

Algunas cosas nunca cambiaban, ni siquiera con la edad.

―Estoy seguro de que encontrarás algo bonito.

Negó con pánico.

―No sé cómo se visten ahora. No quiero parecer anticuada, Henry ―dijo.

Suspiré y volví a mi versión muleta hasta llevarla a su apartamento, uno de los dos en planta baja. Me tomé el atrevimiento de entrar para dejarla en el sofá, junto a su gato Rubio. Acaricié tras las orejas del animalillo antes de ponerlo en su regazo. En Estocolmo no era época de nieve, pero llovía y las brisas eran cualquier cosa menos caliente. Un cuerpo cálido y con pelaje nunca estaba de más.

Deseos ocultos © (DESEOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora