Brístol, Inglaterra
Presente
Le había dicho a Patrick que estaría lista a las cinco. Hablamos por teléfono cuando terminó el primer turno en el consultorio. No podía afirmar que estaba dando todo de mí en esta relación, pero lo intentaba. Incluso ya teníamos hábitos; uno de ellos era comunicarnos a la más mínima oportunidad. Hasta ahora no existía el problema de la asfixia, él me daba mi espacio.
Me divertía con él, pero temía jugar. Realmente estaba pasando del aprecio al cariño. En ocasiones me encontraba a mí misma deseando escuchar su voz, de cierta forma me había acostumbrado a contarle mis días. Y su silencio, paciencia e interés no hacía más que impulsarme a abrirme sin miedos.
Nuestros últimos temas giraban en torno a mi búsqueda de empleo, la compra de la comida y repeticiones de los partidos de la Premier League, con él sentía que podía hablar de todo; incluyendo tampones y dolores menstruales.
Su reacción no fue la esperada al contarle mi aventura en Southville. Rachel o cualquiera de mis conocidos me mataría por casi perderme en un vecindario desconocido, en cambio Patrick me animó a volver. Dijo que tal vez podrían no tener un dinero con el cual pagarme, pero que quizás eso sería mejor a quedarme en casa sin hacer nada. Al principio hice muecas ante su sugerencia, pero luego pensé que podría conseguir un empleo de medio tiempo para sustentarme. No importaba si no me gustaba, tendría lo que sí. Y bueno, también mencionó algo acerca de perder la flexibilidad que tanto le encantaba, pero aquello no tenía nada que ver.
Así que me estaba planteando la idea de volver a ver a Mags.
La chica me caía bien de una extraña manera. No complacía mis esquemas, pero había un no sé qué en ella que despertaba mi interés. Su mirada, en parte, poseía chispas de inocencia y vitalidad que me recordaban a la pequeña Maddie. Suspiré al convertirme en la mujer más elástica del mundo para subir el cierre de mi vestido.
Mi hermana me esperaba en Saltford con sus dos hijos y su marido. Llevaba semanas invitándonos a Patrick y a mí a su nuevo hogar, y obteniendo respuestas negativas de mi parte. No me apetecía soportar lo que ellos eran, me escocía la garganta cada vez que Nathan y ella soltaban risitas entre murmullos, o cuando Madison y George formaban parte del cuadro.
No odiaba a mi hermana por ser feliz, mucho menos a mis sobrinos. A los tres los amaba y a Nathan lo valoraba. Pero de ahí a tener que presenciar una y otra vez aquello que nunca había podido alcanzar pese a mis constantes esfuerzos... existía una distancia muy larga que no quería recorrer. Y no me refería a los niños, ni a la casa, ni al esposo, ni al perro.
Todo se enfocaba en la felicidad.
Me empecé a alistar a las tres para no ser grosera con mi nuevo compañero de vivencias. A las cuatro y media estuve lista a pesar del largo chapuzón que me di en la pequeña tina de mármol en el baño. Los minutos extra los usé para relajarme con un batido de piña y una revista de ciencias que le pertenecía a Patrick.
Llegó quince minutos antes.
―Muñeca. ―Dejó caer un rápido beso en mi mejilla―. ¿Cómo estás?
―Bien ―contesté tomando mi bolso―.¿Tú?
Tardó en responder y coloqué los ojos en blanco cuando dejó su abrigo en el perchero. El rubio estaba en contra de tocar la bocina fuera del edificio a menos que tuviera un paquete que dejar.
―Con ganas de verte ―dijo mientras se acercaba y me jalaba hacia él a través de la manga de mi vestido―. El turquesa te queda bien, Marie. Pareces un pastelillo.
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Deseos ocultos © (DESEOS #2)
Ficción GeneralTras una corta temporada bajo el mandato de una jefa irritante, Marie Van Allen encuentra trabajo de instructora de baile en un antiguo edificio de Brístol. Tras la tormenta piensa que ha alcanzado la felicidad, eso mientras que para Ryan la vida nu...