Capítulo 3: Southville.

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Brístol, Inglaterra.

Presente


Cosquillas.

Caricias suaves en mi cadera, descendiendo lentamente por mi piel hasta llegar a mi muslo. De repente un fuerte apretón. Jadeé y le dejé montarme encima de él. No estaba acostumbrada a despertar con alguien. Contadas eran las veces que había confiado en los demás para acompañarme durante un estado tan vulnerable. No me sentía cómoda compartiendo cama, por otro lado.

Algunos bailaban breakdance en vez de dormir.

En un lento movimiento me dejé caer sobre su pecho. Algo que él aprovechó, acariciando mi cuello mientras mis ojos se adaptaban a la luz que entraba por la ventana. Su toque me contagiaba su calma.

―Eres tan deseable, Marie. ―Patrick dejó caer besos sobre mi clavícula―. ¿Cómo me puedes pedir que no quiera estar todo el tiempo contigo, muñeca?

Una de sus manos estaba apretando mi espalda baja para que nuestros torsos se presionaran juntos. Su sensibilidad era una de las cosas que me habían atraído de él. De alguna forma podía transmitirme sus emociones y hacerme querer lo mismo. En este momento se trataba del latido de su corazón. Lo sentía descontrolado y acelerado contra mi pecho derecho, excitado. No era de piedra. Mi respiración también se volvió más rápida e inestable. No tenía ni idea de cómo lo hacía, pero no se lo reprochaba. Un par de citas y él se había convertido en mi desahogo. Si alguien estaba haciendo algo mal era yo por no poder entregarle mi amor, no Patrick.

―¿Hablando? ―pregunté a modo de respuesta.

Él gruñó.

―Tengo que llegar al consultorio en menos de una hora. ―Hizo ademán de besarme en los labios pero al final recapacitó. Era la cuarta vez que se quedaba y por lo tanto sabía que detestaba que me besaran sin haber entrado al baño antes―. Por más que quiera quedarme a tu lado un rato más...

―Lo sé. ―Me bajé de él y de la cama. Mis pies se congelaron con el frío del suelo. Los metí en un par de pantuflas de felpa―. Lo entiendo, tienes que regresar a casa y cambiarte, enfrentarte al tráfico y eso.

―Muñeca... ―dijo empezando a levantarse.

―¿Qué? ―Me metí en el baño y entrecerré la puerta.

El hombre era inteligente y no entró.

La mujer que observé en el espejo me hizo preguntar si Patrick tenía algún problema de retinas. No es que fuera fea, odiaba la modestia, pero realmente me veía muy mal recién levantada. Ojos irritados, mal aliento, cabello hecho un asco, mejilla con marcas de la almohada. Concluí que sus expectativas eran tan grandes que eclipsaban la realidad.

―No quiero que estés toda distante, Marie ―soltó y me atraganté con la espuma mientras me lavaba los dientes―. Me ha costado mucho lograr que me dejes estar un poquito a tu lado. Si tienes algún problema con que...

Terminé de asearme superficialmente y salí, cortando su drama con un beso en los labios que me devolvió con la mayor de las ternuras. Sabía que lo que le hacía estaba mal, pero me sentía tan bien haciéndolo que nada más importaba. Nunca le había prometido nada y así me aceptaba. Podía ser yo misma con él. Sin máscaras, desnuda. Nadie nunca se enteró de lo muy lastimada que estuve. Pero Patrick se había percatado de ello aunque los años hubieran pasado.

―Está bien, en serio. ―Me alcé de puntas para besarle en los labios. Si bien no era excesivamente musculoso era condenadamente alto―. Te esperaré mañana para salir e ir a cenar a lo de Rachel.

Deseos ocultos © (DESEOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora