Saltford, Inglaterra
Presente
Me había levantado. Estaba de pie sobre el mullido césped, mirándolo sonreírme con sus apetecibles labios simétricos. ¿Cómo podía ser tan irritable? ¿Cómo podía tener la desfachatez de aparecerse frente a mí en privado? ¡¿Cómo?! Debía soportarlo con mi hermana presente; por ella. Nosotros teníamos que estar en una misma habitación por las personas acompañándonos. Pero sin ellas no existía motivo alguno por el cual vernos, olernos u oírnos.
No había ninguna razón.
―No tengo problema con que estés aquí ―respondí en voz alta y cruzándome de brazos. Al parecer no había entendido mi anterior respuesta. O la falta de ella.
Soltó una carcajada ronca que irritó mis tímpanos.
―Mientes, tu expresión grita el cariño que me tienes ―dijo acercándose a la fuente y comenzando a repasar su borde de piedra con el índice de la mano derecha―. Tanto tiempo y no has aprendido a mentir sin ocultar lo que sientes. Tus ojos se vuelven linternas cuando estás enfurecida, Marie.
Por mi mente pasó un lejano recuerdo que involucraba palabras similares. Sin vacilación lo arrojé de vuelta a la papelera de reciclaje de la mente de Marie. No valía la pena. No servía de nada enfocarse y gastar energía en mentiras. Menos si eran tan antiguas y estaban tan desgastadas. En su lugar ladeé la cabeza y chasqueé.
―Mis ojos siguen iguales, Ryan ―le aclaré con desdén―. Tu estupidez es lo que no cambia.
Me ofreció un sencillo encogimiento de hombros con el que dio a entender que no le importaba lo que pensara de él.
―Sólo digo. Si fueras menos exigente ya tendrías trabajo de farol en el muelle.
Agh.
Qué inmaduro.
Además de violar el término más importante del acuerdo, el de no acercarse, ¿me atacaría? ¿Esa era su única forma de tratar conmigo? ¿Lo único que tenía por decir después de tanto? ¿Lo único por hacer? ¿Fastidiarme y soltar sus niñerías?
Aunque, a parte de aborrecerlo y quererlo bien lejos, ¿yo tenía algo más por decirle o hacerle? ¿Deseos que no fueran los de leer una larga lista de insultos retenidos y acumulados? ¿De arrojarlo por un acantilado junto con los sentimiento que despertaba, todos malos? ¿Esperaba algo más que su inmadurez?
No.
―Eso suena muy conveniente para ti. ―Me concentré en mis uñas que requerían de una ida al salón que no podía pagar―. Así me verías todos los días.
Durante mis primeras semanas en Brístol, meses antes del nacimiento de George, había visitado a Rachel en una residencia de lindos apartamentos de clase media. Ellos quedaban cerca de la zona industrial de la ciudad, a unas pocas cuadras del muelle del río Avon. Allí vivían Ryan y su hermano, el mejor amigo de Rachel; Gary.
El menor de los Parker me caía bien, no importaba que compartiera sangre con un neandertal. Nunca me había sentido incomoda en su presencia, lo que estaba segura que no sucedería si Rachel no me hubiera contado sobre su desconocimiento de mi asquerosa situación con su hermano infiel. Es decir, él sabía que había algo. Todos lo sabían. Muchas cosas pueden ser obvias a simple vista. El rencor entre ellas. Pero nadie, a excepción de mi hermana, sabía con exactitud qué había entre Ryan y yo.
O qué hubo, más bien.
Ellos solamente pensaban que nos llevábamos mal y ya.
―Tampoco has dejado de creerte más de lo que eres ―dijo y mis ganas de estrangularlo sobrepasaron la estratósfera.
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Deseos ocultos © (DESEOS #2)
Ficción GeneralTras una corta temporada bajo el mandato de una jefa irritante, Marie Van Allen encuentra trabajo de instructora de baile en un antiguo edificio de Brístol. Tras la tormenta piensa que ha alcanzado la felicidad, eso mientras que para Ryan la vida nu...