CAPÍTULO 12

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Miles nos lleva directamente al apartamento de Blake. El trayecto es silencioso y dura unos 40 minutos, pero no consigo calmarme demasiado. A mi lado Matt sigue prácticamente inconsciente, luchando por mantener los ojos abiertos y por mantenerse erguido en el asiento.

Mi mente no deja de reproducir en bucle la escena de Bill apuntando a Blake con la pistola, y el posterior disparo que escuché. ¿Estará muerto? ¿Estará muerto por mi culpa? Pese a no conocer demasiado a Blake, es innegable que el chico ha arriesgado su vida por ayudarme a rescatar a Matt, por lo que no puedo no preocuparme por él.

El coche se detiene frente al edificio, y Miles me ayuda a sostener a mi hermano. Lo sujetamos uno por cada lado y con bastante esfuerzo por mi parte y poco por la suya, conseguimos llegar hasta el salón de Blake. Lo sentamos en el sofá y me invaden los recuerdos de la noche anterior, cuando dormimos juntos ahí mismo. Me obligo a apartar ese pensamiento y me centro en algo mucho más útil ahora mismo, evitar que Matt muera deshidratado. Corro a la cocina, aunque Miles ya se ha adelantado y me tiende un vaso enorme lleno de agua.

–Dáselo.

Durante las siguientes dos horas me aseguro de que mi hermano beba lentamente el vaso de agua. Entre mis pocos conocimientos de medicina se encuentra lo peligroso que es rehidratar de golpe a alguien deshidratado, por lo que solo le permito dar pequeños sorbos cada cinco minutos. Cuando llevamos una hora y media empieza a encontrarse mejor, se mantiene despierto con más facilidad y su piel va recuperando el color perdido. Media hora más tarde, cuando se termina el primer vaso, decido que ya está lo suficientemente bien como para dejarlo solo bajo la supervisión de Miles, y aprovecho para ir al baño a darme una ducha. Evito el espejo a propósito, me desnudo y permito que el agua caliente me recorra durante un buen rato. Me sienta bien. El agua caliente, casi ardiendo, siempre ha tenido un efecto relajante en mí.

Al salir de la ducha me planto frente a lo que queda de espejo y observo a la chica que tengo enfrente. Su mejilla izquierda está morada y también tiene varias heridas en los brazos. Su abdomen está incluso peor, cubierto por una mancha color violeta del tamaño de mi mano. No me reconozco, nunca me habían golpeado así. Rozo con mis dedos la zona afectada de mi mejilla y una punzada de dolor me hace apartar la mano enseguida. Aprovecho para examinar la muñeca que Bill me retorció, me duele y está inflamada, pero no está rota. Con hielo y un par de días volverá prácticamente a la normalidad, y los nudillos solo tienen algunos cortes superficiales que no tardarán en cicatrizar.

Cubro mi cuerpo con una sudadera limpia y decido dejar que mi pelo mojado se seque al aire. Abro la puerta del baño justo a la vez que se abre la puerta principal del apartamento. Es Blake, nuestras miradas se encuentran durante unos segundos, pero él la aparta enseguida para dirigirse a su amigo.

–¿Qué están haciendo aquí?

–Lo siento tío, no estaban en condiciones de quedarse solos. Creí que sería lo mejor, al menos hasta que tú volvieras.

Me molesta que Blake hable de mí y de mi hermano cómo si no estuviéramos presentes, y peor aún, cómo si nuestra mera presencia fuese una carga para él. Sin embargo, hay algo que me sorprende aún más y que impide que le preste demasiada atención a mi molestia. Blake está intacto. ¿Cómo lo ha hecho? Lo vi pelearse con Bill, lo vi recibir un puñetazo en la mandíbula y Bill tenía una pistola. Sin embargo, el chico no tiene ni un mísero rasguño. Me resulta imposible de creer. Está exactamente igual que esta mañana cuando hemos salido de aquí. Ni siquiera su ropa está sucia o arrugada.

Blake echa un vistazo rápido a Matt y después vuelve a mirarme a mí, que sigo plantada en la puerta del baño. Me analiza rápido con expresión neutra y aparta sus ojos en menos de medio segundo.

–Están bien, llévalos a su casa.

Le entrega unas llaves que reconozco a la perfección a su amigo, las llaves que Bill usó para entrar a casa. Después pasa por delante de mí sin volver a mirarme y se encierra en su habitación.

Siento el impulso de seguirle, de abrir su puerta y reprocharle su hostilidad. Miles parece percatarse de mi intención, porque me detiene con sus palabras antes de que pueda moverme.

–Ahora no, Helena. Mejor vámonos.

Su tono es suave e irradia comprensión. Decido obedecerle, porque él conoce a Blake mucho mejor que yo y porque en el fondo sé que no voy a conseguir nada bueno cruzando esa puerta de nuevo.

–¿Es siempre así de desagradable? –pregunto sin importar que me escuche el susodicho.

De hecho, ojalá me escuche. Miles ríe antes de responder.

–No, solo a veces.

Esta vez nos resulta más fácil transportar a Matt. Pese a estar aún confuso y desorientado, está un poco menos débil y puede andar él solo a un ritmo lento pero aceptable. Me mantengo todo el rato a su lado, asustada porque en cualquier momento se desestabilice. Me pregunto cuánto le durará este estado, ya debe haber bebido en total casi dos litros de agua y a pesar de que está mucho mejor, aún está muy lejos de ser el Matt habitual. Está ido, ajeno a lo que pasa a su alrededor. Es incapaz de prestar atención a un único estímulo por más de cinco segundos, lo cual hace imposible que nos comuniquemos con él. Lo he intentado un par de veces pero simplemente se limita a observarme sin decir nada y sospecho que ni siquiera entiende lo que le digo. Lo único que ha conseguido pronunciar ha sido mi nombre en alguna ocasión.

Cuando llegamos a casa, Miles lleva a Matt a su habitación mientras yo le preparo rápidamente un sandwich. Quizá comer le siente bien. Tras asegurarme de que puede tragar él solo sin atragantarse, acompaño a Miles a la salida. Antes de irse, me pide que salgamos fuera para hablar a solas.

–Escucha Helena, lo de tu hermano no es una simple deshidratación. Tiene síndrome de abstinencia. Blake me contó que lleva drogándose unos tres meses con cierta frecuencia. Parar de golpe, como el secuestro le obligó a hacer, es algo muy difícil de gestionar.

Sus palabras me pillan por sorpresa y requiero de unos segundos para procesarlas, pero entonces lo veo claro y me siento estúpida por no haberme dado cuenta antes. Su hipótesis explica mucho mejor su estado que una simple deshidratación. Miles continúa hablando.

–La deshidratación y el estrés del secuestro han empeorado bastante los síntomas. Su cuerpo ahora mismo es incapaz de funcionar sin la droga. Cada día que pasa es más difícil, pronto empezarán los temblores y probablemente le coma la ansiedad. Puede durar desde unos cuantos días hasta varias semanas, y te aseguro que no es un proceso bonito.

–¿Hay algo que se pueda hacer para que lo supere más rápido? –Miles se saca una pequeña tarjeta del bolsillo y me la tiende, la leo en voz alta– Clínica San Francisco.

–Tienen programas de desintoxicación, Blake llamó y podrían internar a tu hermano mañana mismo. Allí estará bien, sufrirá mucho menos que en casa.

Asiento y agradezco a Miles por la información mientras guardo el papel en mi bolsillo

–Quiero hablar con Blake.

–No creo que él esté dispuesto.

–Eso ya me lo imaginaba, pero, ¿por qué? ¿He hecho algo malo?

–Es complicado, Helena. Y no soy yo quien debe explicártelo. Blake está... –se queda unos segundos buscando cómo continuar la frase y su elección final me sorprende– jodido estos días. Te aconsejo que no te acerques mucho, porque seguramente se comporte como un auténtico capullo. 

Hace una breve pausa para examinar mi expresión. ¿Qué quiere decir con jodido? ¿Y qué tengo que ver yo con eso? Quiero lanzarle muchas preguntas, pero Miles suspira y sigue hablando.

–Pero si decides no hacerme caso, Blake estará en su club el martes por la noche, a las once.

–Gracias, Miles –digo sonriendo. Hoy es viernes, así que el martes es dentro de cuatro días.

–Yo no te he dicho nada –finge amenazarme mientras se aleja en dirección a su coche. 

BLAKE [#1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora