CAPÍTULO 15

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–Helena...

Su voz apenas se escucha, pierde el equilibrio y me apresuro a sujetarlo para evitar que caiga de bruces al suelo. La escena me horroriza, hace un minuto estaba leyendo tranquilamente y ahora tengo a Blake medio muerto en mi salón.

–¡Por dios, Blake! ¿Qué ha pasado?

Mi miedo aumenta cuando escucho disparos a lo lejos. Bajo la mirada y veo manchas de sangre en sus piernas y en el suelo, tiene la sudadera mojada y agujereada.

Ahogo un grito.

Le han disparado.

Y a juzgar por los disparos de fuera, aun le están persiguiendo. Cierro la puerta lo más rápido que puedo y apago todas las luces, para que quién sea que esté detrás de él no vea los restos de sangre y para que la casa pase desapercibida entre las demás. Todo el mundo duerme a estas horas, tener luces encendidas llamaría mucho la atención.

Me permito encender la linterna del móvil y arrastro a Blake hasta el sofá. Tiene la suficiente fuerza para mantenerse en pie y mover las piernas, pero tengo que sujetar más de la mitad de su peso. Y con tanto músculo no me resulta nada fácil.

Lo tumbo y corro a cerrar todas las ventanas y persianas. Ahora ya puedo encender la luz, no se verá desde fuera. Paso también el cerrojo de la puerta, cierro con tres vueltas de llave y vuelvo rápido con Blake.

Está consciente, pero debe haber perdido muchísima sangre, porque jamás he visto a alguien tan pálido. Toco su frente y me asusto al ver lo fría que está. Piensa Helena, piensa. Tengo que hacer algo o morirá aquí mismo. Reúno todo el valor que soy capaz y levanto con cuidado su sudadera, necesito ver la herida. Le quito también un extraño cinturón que lleva puesto y dejo todo su abdomen al descubierto. Solo veo sangre, sangre reseca y sangre que sigue saliendo de algún punto de la parte inferior de su costado derecho. Lo único que se me ocurre es taponar la herida.

–Enseguida vuelvo. Intenta relajarte, pero no te duermas, ¿vale?

–La bala Helena, tienes que sacarla –habla con esfuerzo y con una mueca de dolor en el rostro.

Trago saliva. Nunca he sacado una bala. Lo más parecido que he hecho ha sido sacar piedrecitas de la rodilla herida de un Matt de nueve años que cayó y se raspó jugando. Aún así asiento porque sé que lleva razón. Si cerramos la herida con la bala dentro habrá más riesgo de infección y podría dañar los tejidos de alrededor, sería demasiado peligroso.

Pongo agua a hervir y corro a por el botiquín del baño mientras pienso qué debería hacer. Necesita un médico, pero algo me dice que no es seguro llevarle al hospital ni pedir una ambulancia. Hay alguien muy cerca buscándole, que al parecer quiere matarle.

Mientras espero a que el agua hierva humedezco algunas gasas y limpio la sangre de su abdomen, tanto la seca como la fresca. Así la herida parece más abarcable, pero sigue asustando muchísimo. Tiene un pequeño agujero ovalado, con los bordes enrojecidos e inflamados. Todavía sangra, pero puedo ver la bala, a unos dos centímetros de profundidad. Con las pinzas que uso para depilarme las cejas puedo alcanzarla, pero es demasiado arriesgado y tengo miedo de herirle aun más.

–Necesitas un médico.

Me mira y niega con la cabeza antes de hablar.

–Te necesito a ti –su tono sale más firme de lo que cabría esperar a juzgar por su estado, pero sigue siendo débil y necesita un par de segundos de descanso antes de continuar–, si llamas al hospital, puedes darme por muerto.

No respondo, impactada por sus palabras e intentando decidir si debo hacerle caso o no. Vuelvo a la cocina e introduzco las pinzas en la olla junto a una aguja. Las dejo hervir durante tres minutos y me acerco al sofá todavía indecisa. Podría matarlo si toco su herida. ¿Pero acaso no morirá si no lo hago?

BLAKE [#1] ✔️  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora