EPÍLOGO

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1 año más tarde

–¡Vamos chicas, último ensayo! ¡Y recordad estirar las puntas!

Las seis niñas, que hablaban y jugaban entre sí en su descanso, corren a la pista y se colocan en sus posiciones tras mi aviso. Compruebo el punto de partida de cada una de ellas, y cuando me aseguro de que están perfectamente colocadas, tomo asiento justo enfrente, en el centro, para poder tener una buena vista de sus movimientos.

–¡Vamos allá! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¡Ya! –le doy al botón y la música comienza a sonar a través de los altavoces de la sala.

Las pequeñas empiezan a moverse, intentando recordar los pasos que les he ido enseñando esta tarde, algunas con más acierto que otras, pero todas con mucha ilusión. Como es el último ensayo del día me limito a mirarlas y no les hago ninguna corrección. Permito que lo hagan lo mejor posible y paso por alto sus pequeños errores.

No está nada mal para ser una coreografía prácticamente nueva que solo han practicado en un par de sesiones. Aún tienen muchos detalles que pulir y en un punto una de ellas se queda en blanco y me mira preocupada. Le sonrío, restándole importancia al asunto y la niña parece relajarse e imita a sus compañeras hasta que consigue reengancharse, alzo los pulgares en su dirección, felicitándola.

Cuando la canción termina me pongo en pie para llamar su atención y dejo que la siguiente canción empiece a sonar al azar.

–¡Muy bien chicas! ¡Lo habéis hecho genial! Vamos a terminar la clase con estilo libre. Como ya sabéis, la única regla es que está prohibido dejar de bailar hasta que pare la música. ¡Todo vale, así que echarle imaginación! ¡Quiero que me sorprendáis!

Las niñas gritan emocionadas y me preparo para mi parte favorita. Me gusta terminar las clases así, mi prioridad número uno es que las niñas disfruten del baile tanto como lo hago yo, y soy consciente de que a veces seguir una coreografía puede quitarle parte de la magia. Por eso les permito bailar libremente y expresarse a su modo, divertirse, como mínimo una vez al final de cada clase. Además es muy divertido verlas, algunas se vuelven totalmente locas mientras que otras me sorprenden bailando tan bien que juraría que están haciendo un baile ensayado. Cuando la canción termina, todas caen al suelo agotadas, pero felices, riendo y hablando entre ellas.

–¡Ya hemos terminado por hoy! ¡Nos vemos el martes que viene!

Como suele pasar al final de las clases, las niñas corren hacia mí cuando descansan un poco y hablan todas a la vez.

–¿Lo he hecho bien?

–Me ha gustado mucho la clase de hoy.

–¿Has visto mi último giro?

–¡He dado mi primera voltereta!

Intento responder a todas mientras las acompaño a la salida, donde sus padres y madres las están esperando. Me despido con un abrazo de cada una de las pequeñas y cuando desaparecen vuelvo a entrar a la escuela, con una enorme sonrisa en la cara. Me encanta este trabajo.

Miro el reloj, son las siete de la tarde y ya no tengo más clases por hoy. Blake no termina con sus chicos hasta las nueve así que decido acercarme a su sala para avisarle de que me marcho. Escucho su fuerte voz incluso antes de abrir la puerta, haciendo lo que parece una cuenta atrás desde el número diez.

–¡Diez! ¡Nueve! ¡Ocho! –al entrar encuentro una docena de chicos haciendo flexiones al ritmo que Blake les marca–. ¡Siete! ¡Seis! ¡Cinco! –me voy acercando y Blake me guiña un ojo al percatarse de mi presencia, pero sigue con los números hasta llegar al cero–. ¡Bien hecho! ¡Ahora diez vueltas a la pista y pasamos al ring!

BLAKE [#1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora