CONTRARELOJ

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PUNTO DE VISTA DE VINICIUS OSEBERG.

Eugene me había dado un nombre y solo eso bastaba para rastrearlo. No existía nadie mejor que yo para ello, él lo sabía y  por eso me había llamado.

 Mientras seguía y estudiaba cada pista que había obtenido en un par de horas en las calles, me parecía que Marcus Davies era alguien que no deseaba ser encontrado. No usaba su identidad para ningún tipo de transacción. Se manejaba solo con efectivo, era casi irrastreable. Habría sido un callejón sin salida de no haber contado con tan buen olfato.

Marcus Davies era un extranjero, un extranjero que se estaba escondiendo y que solo pagaba en efectivo… ¿Dónde podría vivir alguien con esas características? En un tráiler… el resto fue pan comido.

Entré cautelosamente al remolque y a primera vista, parecía un lugar muy sucio. Basura y muebles antiguos estaban desperdigados por todo el espacio.

Con mi navaja removí un par de revistas, y revisé el lugar buscando indicios del Inútil… y cómo aguja en un pajar del cual yo era dueño y conocía a la perfección lo hallé tirado durmiendo sobre un viejo colchón.

Me quité la chaqueta y los guantes de cuero, sin duda se iba a poner bueno. Me agaché y silbé cerca de su oído. Abrió los ojos y al verme dio un brinco intentando ponerse de pie.

—Buenos días, señorita Marcus Davies.—Lo golpeé con una rapidez que no previó enviándolo a dormir de nuevo, quizá empleé más fuerza de la debida. Odiaba que fuesen tan nenas.

Busqué una silla entre tanto desorden y lo arrastré hasta ella, lo senté sobre su propio peso y amarré sus manos con tirraje plástico y en un intento de traerlo de vuelta le tiré agua encima, reaccionó como si se estuviese ahogando.

—Basta, basta de drama, solo fue un poco de agua.—palmeé su rostro un par de veces y él tosía como pez boconeando por aire.—Escucha, Marcus Davies, yo no peleo con gente desmayada así que intentaré regular mi fuerza. Lamento ese primer golpe.

—Ahora… escuche-escúcheme usted… yo… yo no…—volví a golpearlo volteándole la cara mientras su sangre salía a borbotones de su labio inferior ¡Que bien se sentía!

—¡Oh lo siento! ¿Querías decir algo?

—Por… favor—suplicó

—Bien, te escucho.—me crucé de brazos dándole mi atención. 

—Yo no…—le crucé la cara una vez más cerrándole un ojo. Esté chilló de dolor como la nena que era.

—Lo siento Marcus Davies, no negocio con ¡Jodidos cobardes que golpean mujeres!

—No…no… yo no...—golpeé su estómago tantas veces como quise hasta que comenzó a vomitar sangre.

—¡Oh vamos hombre! ¡Por poco me ensucias!

TERCER ENCUENTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora