2: LA RESERVA

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La Reserva de Greyback Mountain tenía dos perímetros de seguridad. El primero a unos tres kilómetros de las instalaciones militares, formado por diferentes puestos de vigilancia y bases portuarias; el segundo se trataba de un muro de metro y medio de ancho y ocho metros de alto. Lo suficiente para que ni un animano pudiera escalarlo. La única forma de traspasarlo era por las enormes compuertas metálicas situadas en varios puntos estratégicos alrededor de la Reserva o, como lo hacía yo, por el
aire.

Las vistas desde allí eran impresionantes, dignas de cualquier documental o película fantástica.

Sobrevolar las escarpadas montañas repletas de valles y colinas que casi parecían sacadas de un sueño, fue una experiencia sobrecogedora; aunque quizá también se debiera a lo acojonado que iba en mi asiento, mirando por la puerta abierta y agarrado con fuerza a la cinta de seguridad. Había mentido al Capitán al decirle que me encantaba volar, porque lo odiaba. No eran las alturas lo que me perturbaba tanto, sino el hecho de estar flotando en el aire sin suelo firme a mis pies. Ni las maravillosas vistas consiguieron mitigar la ansiedad que me hacía apretar la cola alrededor de mi cintura, ni el nerviosismo que me producía un incontrolable tic en los bigotes, los cuales movía sin parar de un lado a otro.

Cuando empezamos a descender en un claro al lado de un enorme lago, marcado por una torre de repercusión que, sin duda, era de facturación beta, me sentí mucho mejor. No dudé en saltar sobre el mar de hierba arremolinada y salvaje sin si quiera esperar a que el helicóptero tomara tierra. El soldado de apoyo fue el que recogió la mochila por mí y la tiró desde los tres metros de altura que ahora nos separaban. Yo le tiré los cascos a cambio y, con una sonrisa, me despedí con la mano. Él, sin embargo, quiso mantener las formas y dedicarme un saludo militar de mano en la frente.

—Buena suerte, alférez —me gritó por encima del rugido de las aspas.

Perdí la sonrisa al momento y bajé la mano. Había que ser gilipollas… En una misión de infiltración y gritando aquello… Por suerte, esperaba que el ruido hubiera ocultado aquel grave error por parte del soldado y les miré ascender de nuevo entre el cielo gris y la fina lluvia.

Entonces, cuando se hizo de nuevo el silencio y el viento dejó de removerse a mi alrededor como un huracán, me apoyé mejor la mochila al hombro y apreté la correa con fuerza, descargando algo de la tensión que me atenazaba las entrañas. Que no hubiera querido mostrar mi preocupación delante de Copper, no quería decir que no estuviera preocupado. Me enfrentaba en solitario a una misión en
territorio hostil y enemigo, desarmado y sin posibilidad de recibir apoyo. No sabía lo que iba a encontrarme allí dentro y, aunque yo fuera «uno de ellos», eso no quería decir que me fueran a recibir con los brazos abiertos.

Tragué saliva y cogí una buena bocanada de aire antes de mirar el inmenso prado a mi alrededor, rodeado de escarpadas montañas y el lago. Desde allí dentro, casi parecía estúpido pensar en que se tratara de una cárcel. Porque, al fin y al cabo, aquello era lo que significaba la Reserva: un lugar apartado y vigilado para los animanos salvajes y descontrolados que no podían o no querían integrarse en la sociedad beta.

Como soldado entrenado en supervivencia, lo primero que hice fue sacar mi brújula del bolsillo de la cazadora impermeable y el mapa del interior de la mochila. Allí no había camino ni señalización alguna que seguir, pero si las coordenadas eran las correctas, solo debía seguir la dirección Sureste, encontrarme con un río y descender su cauce hasta encontrar El Pinar. Seguí el recorrido con el dedo, arrastrando las finas gotas de lluvia que habían caído sobre el mapa. Se trataba de unos veinte kilómetros a pie, quizá tres horas andando a buen ritmo o dos si lo hacía trotando.

Pero la pregunta era: ¿quería ir yo al Pinar? Era un núcleo de población importante, sin embargo, no estaba del todo seguro de cómo me recibirían allí o cómo me tratarían. Si intentaban apresarme, herirme o… incluso utilizarme para reproducirse; habría sido un error estúpido por mi parte ir directo a la trampa. Yo podía sobrevivir perfectamente en el bosque, buscar refugio, explorar sin ser visto y sin llamar la atención. Aquélla no…

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