19:LA BARBA DE UN ALFA

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Tras dos días en su casa, la tormenta que me mantenía allí «atrapado» no perdió fuerza; pero mi menstruación sí. Los dolores fueron remitiendo y dejé de sangrar al mismo tiempo que mi mente dejó de ser un hervidero de pensamientos autodestructivos y recuerdos envenenados de tristeza.

Todavía pensaba en Jungkook, pero no me echaba a llorar en cada ocasión. Ese sentimientos de pérdida seguía allí, pero ya no era un vacío en mis entrañas. La distancia me dejó ver con mayor claridad lo que no había podido ver tan cerca de él, y Buyú me ayudó a darme cuenta de lo diferente que era un salvaje del resto de alfas.

Cuando la menstruación llegó a su final, Buyú pudo olerlo, y eso transformó por completo la dinámica que habíamos compartido durante esas breves vacaciones en su casa. El enorme alfa-buey pasó de ser todo atención y abrazos para convertirse en un macho al que había que pararle los pies.

De pronto, siempre tenía alguna excusa para desnudarse y pasearse delante de mí. Sus abrazos dejaron de ser cálidos e inocentes y se volvieron un tanto intrusivos. Se acercaba siempre todo lo que podía y, haciéndose el tonto mientras hablaba, buscaba mis labios con los suyos. No paraba de repetirme lo bien que yo olía, lo guapo que era, lo mucho que le gustaba mi cola y, por supuesto, lo buen alfa que era él y lo enorme que tenía la polla. Pero todo aquello no me incomodó en absoluto. Era solo parte del juego. Y a mí no me temblaba la mano al apartarle, al cortarle en seco o a levantarme e irme a otro lado de la casa. Buyú era como un beta borracho y baboso de discoteca, demasiado salido e insistente; solo que en guapo y con la polla tan enorme como decía tenerla.

Pero eso no significaba que me quedara en su casa y le dejara meterme mano solo porque «se lo debía» o alguna gilipollez así. No, claro que no. Podría haber cogido mis cosas y haberme largado en cualquier momento con un simple «gracias»; sin importar lo mucho que me hubiera ayudado en el período, lo bien que se hubiera portado o todo lo que hubiera hecho por mí. Entonces el alfa solo podría joderse, aguantarse y bajarse el calentón él mismo. Así funcionaban las cosas en La Reserva.

Buyú estaba siendo el alfa insistente que solo deseaba que me quedara con él, le sacara una buena barba y le dejara follar todo lo que quisiera; y era mi decisión como omega aceptar o no. En esa relación, yo tenía el total control y la última palabra y, sinceramente, resultaba del todo intoxicante.

Así que le dejaba acercarse, le dejaba restregarse un poco contra mí y le dejaba creer que en esa ocasión
conseguiría alcanzar mis labios y besarme. Al menos, el primer día y medio tras la menstruación, porque entonces Buyú sacó el armamento pesado, me siguió a la cama y, desnudo a mi lado, empezó a toquetearse y jadear.

—¿Así es como te gusta? —me preguntó en voz grave y baja.

Ahí perdí un poco el temple. Bajé la mirada de sus ojos azules a su mano en la entrepierna y resoplé. Eso fue un error, un grandísimo error, porque empecé a mojarme bastante y el alfa reaccionó con la furia de un cazador que hubiera olido la sangre de su presa. Buyú se levantó en el jubón de relleno
de paja que era su cama, se puso a horcajadas sobre mi abdomen y, con una mano en la pared y una sórdida sonrisa en los labios, comenzó a frotarse de arriba abajo su monstruosa polla.

Hasta entonces me había esforzado mucho, muchísimo, en evitar centrar mi atención en aquella parte de él. Sí, estaba ahí. Sí, era complicada de ignorar. Sí, era terriblemente peligrosa y por ello había que evitarla a toda costa. Pero en ese momento, no fui capaz. Bajé la mirada, entreabrí los labios y con un simple:

—La madre que me parió… —sentí un escalofrío y una cálida humedad deslizándose entre las nalgas.

Buyú era un espectáculo digno de ver. Todo él, de arriba abajo. Lo que sostenía en su enorme mano y la razón por la que los bovinos eran una de las razas más deseadas, era un miembro de veinticinco centímetros con el grosor de una lata de bebida energética. En su base había una abundante mata de
vello rubio y, debajo, los huevos más grandes que había visto en mi vida. Con una profunda respiración, dejé caer la cabeza y me llevé ambas manos al pelo.

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