23: EL SECRETO DEL BÚNKER

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Jungkook fue a su cabaña a por un par de cosas y me pidió que le esperara en el interior de la cueva del precipicio junto a la catarata. Allí donde nos habíamos conocido por primera vez, volvimos a
encontrarnos unos meses después. Era el mismo lugar, pero nosotros habíamos cambiado.

—Apártate —me ordenó el alfa, llegando con una palanca de metal en una mano y dos antorchas en la otra, las cuales, puso con un gesto seco en mi regazo—. Ve encendiéndolas.

Cuando me hice a un lado, metió el hierro en una de las abolladuras producidas por el fuego y, con un grito de rabia contenida, terminó arrastrando la pesada plancha de metal antes de arrojar la palanca al suelo con enfado.
—Espera —me detuvo, porque yo ya estaba avanzando hacia la entrada ennegrecida con las antorchas en alto.

Miré la expresión seria de su rostro y sus ojos atigrados, brillando salvajemente con el reflejo del fuego—. ¿A qué división de las fuerzas especiales perteneces, Jimin?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero enseguida respondí:—Infiltración y eliminación de objetivos.

A Jungkook se le escapó un leve bufido y una mueca de desprecio.—Eres un sicario de los beta… —resumió.—Sí, algo así —afirmé—. Pero eso ya te lo dije durante el Celo. Te advertí que tenía entrenamiento de asesino de élite y que era mejor que no me tocaras los cojones.—Estaba algo ocupado durante el Celo —murmuró—. Nunca es un buen momento para hacer confesiones.

—¿Y este sí lo es? —quise saber.
—Sí, Jimin —asintió—. Este es el momento perfecto. ¿Por qué te encontré aquí la primera vez? ¿Cómo conocías este lugar? —Los betas me dieron las coordenadas. Dijeron que los terroristas lo habían incendiado.

Si Jungkook me creyó o no, fue algo que se guardó para sí mismo. Haciéndose a un lado, me invitó a entrar en el búnker. Yo no estaba nervioso, pero sí un poco emocionado por descubrir los secretos que aquel lugar escondía. Tuve cuidado al pisar las escaleras, tanteando que ninguna cediera bajo mi peso y, escalón a escalón, fui descendiendo mientras alumbraba mi alrededor con la antorcha. Estaba muy oscuro y olía a polvo, a cerrado y a ceniza.—Así que ya habías entrado antes —murmuré.

El alfa bajaba a mis espaldas, haciendo resonar alguno de los peldaños bajo su peso. —Claro, Jimin. Soy un terrorista —dijo con un arrollador sarcasmo—. ¿No es eso lo que piensas de mí? —Te daré un consejo —continué, ignorando su pregunta—. La próxima vez que quieras cubrir tus huellas, no lo hagas con ceniza diferente a la del propio incendio.

Entonces bajé la antorcha y señale un punto del suelo chamuscado que, aunque aparentemente similar al resto, tenía un tono más grisáceo.—Se nota, ¿ves?

Jungkook no dijo nada, solo miró el suelo y después mis ojos. Una vez que alcanzamos el fondo, pisé suelo firme y miré alrededor. Aquella parte de la entrada era un cañón estrecho, de techo abovedado y paredes en cemento crudo. Se extendía los tres metros de distancia que alcanzaban a iluminar las antorchas y mostraba restos de una rudimentaria instalación eléctrica. —Este búnker es de la primera guerra mundial —le dije a Jungkook —. Ya estaba aquí antes de que se creara La Reserva. Puede que fuera el refugio de alguna comunidad cercana, o que un beta adinerado lo hubiera construido en caso de necesitarlo.

—Muy bien, Jimin —me felicitó él—. Y lo has descubierto sin Google. ¿No echas de menos Google? Uff, estoy pensando en volver con los betas solo para poder buscar fotos de gatos en internet.

Puse los ojos en blanco y, sin tener que girarme, le di un suave golpe en la cara con la cola. El leve gruñido del alfa fue suficiente para saber que había acertado. —¿En serio no echas nada de menos de allí? —pregunté mientras avanzaba a pasos lentos y observaba
nuestro alrededor. —Creía que habías dicho que no te importaba nada de mi pasado.—No me importa quién fueras o lo que hayas hecho —respondí antes de encogerme de hombros—, pero tú también naciste allí y puedes entenderme mejor que el resto.

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