9: UNA POCIÓN DE AMOR

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Nos quedamos poco en aquella alta rama entre los árboles, solo lo suficiente para dejarme jadeando, sonrojado, completamente empapado y con la mirada perdida. Jungkook no tardó en montarme a su espalda y salir a buen paso entre los árboles, con una agilidad y velocidad envidiables, incluso conmigo tras él, con mi cola apretada alrededor su cuerpo y mis brazos alrededor de sus hombros.

En ese momento, yo era como una garrapata no demasiado sexy, frotando mi rostro perlado de sudor contra su pelo o buscando su cuello. Copper odiaba aquello, decía que le ponía nervioso, que le ahogaba y que era incómodo; pero el alfa salvaje ronroneaba de vez en cuando y a veces incluso respondía a mis caricias con su rostro.

Como muchas cosas de las que pasarían de ese punto en adelante, mis reacciones y lo que hacía no eran algo consciente. Había entrado en ese estado acaramelado y excitado en el que me ponía cuando estaba muy cachondo. No sabía si era lo normal en los omegas o solo en mí, pero tampoco me importaba demasiado. Como dije: ni siquiera era algo consciente o que realmente pudiera controlar.

Me di cuenta de que llegamos a un claro y que el alfa ascendió una liana hacia lo alto de una casa entre las ramas. Hubiera sido muy interesante haber podido investigar el lugar en el que vivía un alfa salvaje, pero, por desgracia, en aquel momento mi capacidad de atención y observación estaban completamente nubladas por una fiebre excitada y nerviosa. Supe que entramos en una casa con puerta de cortina, supe que había otra abertura al otro lado desde la que se apreciaba una especie de espacio abalconado entre las ramas, supe que Jungkook me dejó suavemente sobre una especie de colcha en el suelo… pero después de eso se quitó la camiseta de lana negra y ya no me fijé en otra cosa que en su cuerpo.

Me mordí el labio inferior y emití una especie de gorgoteo desde lo profundo de mi garganta. El alfa salvaje tenía un cuerpo tan maravilloso como extraño y perturbador, pero, sin duda, completamente fascinante.

Por un lado, sus músculos eran de un tamaño que los betas solo podían conseguir con sustancias ilegales, pero no los alfas, cuyos organismos producían muchas más hormonas y testosterona que la de un simple hombre; así que, dependiendo de la especie, podían alcanzar el tamaño de culturistas, como los alfas bovinos, o atletas de élite, como los alfas del lago. Jungkook era simplemente el punto medio y perfecto entre ambos extremos. Por otro lado, aquella mezcla entre lo animal y lo humano era todavía más patente al verle sin ropa.

La camiseta de lana, los pantalones de cuero y las botas, aunque de corte anticuado y medieval, les «humanizaba» y les daba un aspecto más civilizado del que realmente tenían. Un alfa desnudo era una visión bastante más intimidante y salvaje.

Jungkook tenía vello por todo el cuerpo: los antebrazos, los pectorales y los abdominales, descendiendo sin pausa hacia el interior de sus pantalones; pero no era un pelo normal, sino una especie de ligerísimo pelaje blanco surcado de rayas negras que se hacía más y más anaranjado a medida que llegaba a los costados y la espalda. Junto con su pelo revuelto, sus brillantes ojos de jade, sus
abundantes bigotes, sus largos colmillos, sus numerosas cicatrices y sus uñas como garras negras…

llegaba a dar algo de miedo.

O eso es lo que pensaba mi educación beta desde el fondo de mi mente: que aquello no estaba bien, que era salvaje y que debía resultar desagradable. Mi parte omega, sin embargo, estaba cachonda como una puta perra en celo. Siempre me habían atraído mucho más los hombres grandes, agresivos e intimidantes, y quizá, eso tuviera una explicación después de todo.

Jungkook apartó mi cola enroscada alrededor de su pierna, la cual no me había dado ni cuenta de haber movido; y, con calma, se descalzó, se desató el cinturón y se bajó los pantalones. En ese momento sentí un terrible cosquilleo en las entrañas y en el culo, más mojado y manchado de lo que recordaba haberlo tenido nunca. Había muchas cosas de las que hablar sobre la entrepierna del alfa salvaje, pero solo me centré en las dos que más llamaron mi atención: la primera, lo preciosa que tenía la polla, gorda y de unos interesantes diecinueve centímetros completamente duros; la segunda, que el vello de sus huevos era completamente blanco, pero el de su pubis era naranja y estaba surcado por rayas negras de patrón atigrado.

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