18: LA ÚLTIMA GRAN TORMENTA

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La menstruación de un omega era como la de una hembra beta, pero cada tres meses y el triple de caótica, dolorosa y dramática. Sinceramente, un momento terrible para dejar a alguien.

El Pinar, tan repleto de felicidad tras terminar el Celo, se convirtió en la Villa de los Horrores de una noche a otra. Todos estábamos sangrando, todos estábamos doloridos, sensibles y con las hormonas revolucionadas. No había momento en el que no te encontraras a algún omega llorando, gritando o enfadado por algo. A veces, las tres cosas al mismo tiempo.

—¿Por qué no encuentro a un buen alfa? —decía Arda mientras hundía el dedo en un tarro de miel y se lo llevaba a sus labios manchados y pegajosos—. ¿Por qué son todos unos gilipollas? —empezó a llorar—. Yo no soy tan exigente… no pido tanto. Lo juro…

—¡Porque la vida es una mierda! —chilló Taehyung, dando un puñetazo a la mesa—. ¡Deja de llorar ya, joder! ¡No sabéis hacer nada más que eso! ¡Quejaros, quejaros y quejaros!
—Me duele… —lloriqueó la omega-ardilla con una mano en el abdomen. —¡A todos nos duele! —y Taehyung se levantó, cogió el tarro de miel y lo estalló contra una de las
columnas que sostenían el Hogar sobre nuestras cabezas.  Y aquella escena eraalgo normal en los días que sucedieron al Celo. A medida que avanzaba la semana, los alfas de Mil Lagos no paraban de mandarnos cosas; sobre todo, lana para poder hacer compresas, plantas para que Topa Má hiciera pociones y cantidades absurdas de miel, comida y dulces en los que ahogarnos mientras llorábamos. Los omegas se quejaban, pero nos trataban como a reyes y nos tenían tan mimados que dolía verlo.

Yo, por el contrario, decidí huir de allí lo más lejos que pude. No necesitaba mezclarme en la vorágine de dramatismo, llantos y quejas. No, no podría soportarlo. Si debía llorar, lo haría solo y donde nadie pudiera escucharme. En lo más alto de la copa de un árbol o a la vera del riachuelo mientras seguía con mi trabajo de siempre: entregar cartas.

Esa semana no es que hubiera mucha correspondencia, pero aún tenía tres montañas de mensajes y paquetes que repartir por las villas. Así que salía con la mochila llena, daba largos paseos, saltaba entre las copas, me detenía cuando el dolor me atenazaba las entrañas o, simplemente, cuando mis pensamientos me sobrepasaban y necesitaba llorar hasta quedarme seco.

Muchas veces pensaba en Jungkook, otras, en mi pasado y mi futuro. Le daba vueltas a la idea de regresar el mundo beta cuando la misión hubiera terminado, pero, al mismo tiempo, valoraba la posibilidad de quedarme en La Reserva. Ambos lugares tenían cosas malas y cosas buenas, por ejemplo: la
comida. Y, llorando por pensar que nunca volvería a comerme una pizza cuatro quesos si me quedaba entre los animanos, llegué a Puerto Bruma justo antes de que empezara a llover.

Entonces me di cuenta de que me había olvidado algunos paquetes y lloré más fuerte en mitad de una de esas chabolas flotantes. Un tanto dramático, pero estaba en mitad del período y todo me daba un poco igual. —Tranquilo, Jimin, no pasa nada —me trató de animar la omega anciana al mando de la villa—.
Tómate un poco de té, cielo, te sentará bien.

Ella, como todos los demás, eran conscientes de la situación y fueron muy comprensivos con el tema. Los alfas solteros del lago terminaron apareciendo y llenando la casa, pero no como solían hacer —como una jauría de perros hambrientos y cachondos—, sino de forma pausada, con cuidado, solo para ofrecerme «un hombro en el que llorar», o «un abrazo», o «si necesitaba hablar con alguien».

Fueron muy amables, pero, sus atenciones, al igual que muchas otras veces, se me hicieron un tanto agobiantes y preferí marcharme llegado el momento, sin importarme la lluvia que no dejaba de caer sobre las montañas. Eso se repitió en cada villa que visité a lo largo de la semana, rompiendo por un par de horas el ambiente festivo y alegre que asolaba los poblados. Los alfas, al contrario que los omegas, estaban pasando por aquel entonces por uno de los mejores momentos: esos días tras el Celo estaban todos exultantes, felices y sonrientes. Al menos, los que habían tenido la suerte de haber tenido pareja y haberse pasado dos días follando.

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