22: EL DOBLE DE DIVERSIÓN Y EL DOBLE DE PROBLEMAS

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Lupo y Polu se iban de expedición de caza cada dos días, se pasaban la noche fuera de la villa y volvían con las presas que habían capturado. Con ellos me pasaba entre tres y cuatro días a la semana; no siempre me quedaba a dormir, pero al menos venía a hacerles una visita. Solía esperarles a los pies del ascensor, apoyado en la misma señal donde nos habíamos «conocido» por primera vez, y les veía aparecer con sus grandes sonrisas y sus colas de lobo agitándose a sus espaldas con emoción
anticipada.

Esa mezcla entre rudos hombres vikingos e inocentes perritos siempre podía conmigo.—Vaya, pero quién ha venido a ver a sus alfas favoritos —dijo Polu, saltando del ascensor un metro y medio antes de que alcanzara el suelo—. Nuestra joyita del Pinar…

Con una sonrisa en su rostro de barba blanca, a juego con su pelo ondulado y trenzado sobre su cabeza, se acercó a mí, me cogió en brazos y, con toda la naturalidad del mundo, me dio un profundo beso con lengua mientras gruñía con placer. En teoría, era pronto para darles besos así, pero yo creía que los gemelos de la Garra se merecían un trato especial. ¿Si no, qué ibas a hacer con el otro mientras uno te limpiaba?, ¿quedarte mirando? No, claro que no. Le agarrabas de la melena y le comías la boca con fuerza intentando no volver a correrte.

Eso es lo que hacías.
—Los fines de semana son para nosotros —respondió Lupo, acercándose por un lado. Tenía media docena de faisanes colgando del cinturón, el arco a la espalda y esa mirada en sus ojos pálidos que decía que quería pasarlo muy bien y portarse muy mal. Cuando estuvo a mi lado, me cogió de brazos de su hermano y me lamió el cuello desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja antes de pegar sus labios a los míos y clavarme una mirada de profundo deseo.

—Qué ganas tenía de verte, Jimin —susurró con una fina sonrisa—. No he parado de pensar en ti…

Y, solo por si no me había dado cuenta, restregó sutilmente su entrepierna dura y abultada contra mí. Lupo era, sin lugar a dudas, el más impaciente de los dos hermanos. Violento, feroz y descontrolado. Polu, por el contrario, conseguía mantener aquella ferocidad carnívora bajo control y siempre te llevaba al orgasmo, cosa que Lupo a veces no hacía, perdido en la locura y excitación. Sin embargo, Lupo tenía esa chispa, esa electricidad animal, juguetona y sórdida que a mí tanto me gustaba y que su hermano no tenía.

—Oh… así que te has pasado la expedición toqueteándote —susurré a la altura de sus labios, frotando suavemente nuestros bigotes. —Sabes que sí —reconoció con un sórdido orgullo mientras levantaba la cabeza y se mordisqueaba el labio con esos largos colmillos de carnívoro. —No es tan divertido cuando tú no estás —me aseguró Polu, rodeando mis espaldas para encerrarme entre su cuerpo y el de su hermano. Con mi cola alrededor del cuello, me dio un beso en la mejilla y
añadió un bajo—: Pero ahora qu estamos aquí, puedes vernos haciéndolo.

Sutilmente, Polu guio mi mano hacia su entrepierna dura a mis espaldas y Lupo me besó con su característica energía, encerrándome en aquel sándwich de enormes y guapísimos alfas. Entonces me brotó un bajo y gorgoteante gruñido de la garganta y empecé a empaparme de verdad. Ah, los gemelos de la Garra… cómo me gustaban.

Pero no todo era placer, maravillosos tríos y sórdidos besos con lengua; en realidad, los hermanos daban muchos problemas. Oh, sí, toda aquella increíble belleza vikinga en pack de 2x1 no salía gratis, sino que venía con una larga lista de exigencias y requerimientos. A los hermanos había que ir a visitarles un mínimo de tres días, tenías que asegurarte de que a ambos les crecía la barba al mismo tiempo, tenías que concederles más beneficios más rápido —como los besos y tocarles la polla—; y, lo más importante de todo, tenías que saber equilibrar la atención que les prestabas cuando estaban juntos, y después dedicarles un tiempo privado a cada uno.

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