Danza de dragones. Parte 2

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El cielo se volvió un mar de llamas, el aire vibrando con la intensidad del calor. Owen sentía cada segundo como una eternidad, su cuerpo casi al límite, pero no podía rendirse a pesar del aluvión de sangre que escurría de la nariz. Sheila debía elevarse lo suficiente, llevar a esos elementales a una altura donde su explosión no causara un desastre mayor en Ovejeros.

Las flamas vivientes se acercaban y finamente la rodearon. Sus cuerpos ardientes formaron un halo infernal alrededor del dragón, cuyas escamas reflejaban el fulgor de las llamas. Owen podía sentir el momento crítico aproximarse, su mente un torbellino de dolor y determinación. Los guardaespaldas lo sostenían con más fuerza, sus propios corazones latiendo al ritmo frenético del combate.

En medio de la agonía, Owen vio en su mente una verdad inexpugnable, algo que contaban en los libros de hechicería sobre las criaturas cambiantes.

—Los cambiantes no solo evolucionan su físico, igual las ecuaciones —deliró, su voz quebrada por el esfuerzo.

En el plano mental, vio a Sheila girándose hacia él, irradiando una luz que lo rechazó con un calor abrasador; en el que se susurró en su voz tenue e inexpresiva:

—¿Quién eres tú?

Owen soltó un grito desgarrador y, en un último acto de desesperación, se arrancó el capirote, arrojándolo al suelo y cortando la conexión.

Finalmente, las bocas de las alas se abrieron a la par de la principal. Con un alarido ensordecedor, comenzó a absorber el fuego de los elementales, devorando las llamas con una voracidad insaciable. Sus escamas se tiñeron de un negro obsidiana, rasgadas por líneas incandescentes de un naranja ardiente, como un volcán a punto de estallar.

El cuerpo se expandió, creciendo hasta alcanzar los veinte metros de altura, cada músculo ondulando con una fuerza descomunal, declarándose no como la hija del fuego, si no como la flama hecha carne.

Con un rugido que hizo temblar el aire y resonó en los cielos, Sheila liberó la energía acumulada en su interior. El estallido luminoso que siguió fue cegador, desintegrando toda la horda en un radio de cincuenta metros y despejando el cielo a su alrededor. El velo nocturno se iluminó con un segundo amanecer que se apagó en un parpadeo, dejando un silencio sepulcral a su paso.

Suspendida en el aire, Sheila se alzaba imponente, sus ojos brillando con un fuego inextinguible, sus alas desplegadas como sombras colosales que eclipsaban las estrellas. Cada uno de sus movimientos irradiaba un poder abrumador, y su presencia dominaba el firmamento, un titán entre los cielos.

—No se detendrá. Aún tiene... hambre —murmuró Owen, con la voz quebrada por la mezcla de temor y admiración ante la monstruosa majestuosidad de la dragona.

Owen se retorcía en la camilla, su mano alzada frente a la explosión que iluminaba las nubes, mientras era llevado a urgencias. Sangraba por los ojos, la nariz, la boca y los oídos, formando un macabro contraste con la palidez de su piel. La luz cegadora de la explosión reflejaba en sus ojos vidriosos, capturando un momento de horror y asombro, como si su espíritu se acercara al filo de la locura.

Sheila vuelta a su color normal, desprovista de mente racional y guiada por su instinto de pelear, se precipitó a los campos abiertos, enfocada en el jinete, tras detectarlo como el más poderoso, uno que preparaba su lanza sin temor alguno.

Un misil de hielo impactó sobre las alas del dragón, detonando en un pesado espinal de helados cristales que frenó su vuelo, bajando su temperatura de golpe brevemente, llevándola a caer estrepitosamente hasta que los propulsores biológicos a lo largo de sus codos, detrás de las alas, cintura y empeine comenzaron a brotar impulso, frenándola. Al batir las alas de golpe, se liberó del hielo, que se derretía y tornaba quebradizo al contacto con sus escamas.

EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora