Somos el poder de lo divino (I)

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Alejado de las industriales ciudades bañadas de luz neón, bajo cielos brumosos sobrevolados por cuervos negros y fragatas voladoras, se encontraba un guerrero recorriendo una de las infinitas carreteras de asfalto que atravesaban las tierras rurales.

El sofocante calor del verano abrumaba el paisaje, que parecía una extensión infinita de tierra yerma, salpicada por los restos de maquinaria oxidada y ruinas industriales. Chimeneas abandonadas y plantas de procesamiento en decadencia marcaban el horizonte, como monumentos de una era de progreso fallido.

La carretera se extendía, solitaria y recta, flanqueada por desechos de material industrial: barriles oxidados, montones de chatarra, y fragmentos de estructuras de metal retorcidas por el tiempo y la intemperie. El suelo estaba cubierto de una fina capa de polvo gris, que se levantaba en pequeñas nubes con cada paso de la yegua alazana.

Una gruesa capa envolvía su cuerpo, protegiéndolo del abrasador sol y el polvo que el viento levantaba en remolinos traicioneros. El sombrero vaquero, aunque desvencijado por la intemperie, proyectaba una sombra precaria sobre su rostro, apenas lo suficiente para resguardarlo del resplandor. Las gafas oscuras, resistentes al viento inclemente, ocultaban sus ojos, mientras que una máscara de tela cubría la mitad inferior de su cara, resguardando sus pulmones del aire seco y ardiente que lo rodeaba.

A lo lejos, se divisaba Palistra, un pequeño poblado que ofrecía un contraste con el paisaje circundante. Sellado por un alto portón doble y una barda con alambres de púas, parecía un refugio fortificado en medio del desierto industrial. Las paredes del poblado eran de un gris oscuro, manchadas por la suciedad, y el tiempo, pero firmes y bien mantenidas, sugiriendo una comunidad acostumbrada a defenderse de amenazas externas.

A medida que el guerrero se acercaba, el aire parecía vibrar con una mezcla de anticipación y alerta. Los cuervos sobrevolaban en círculos altos, sus sombras pasajeras cruzando el camino. La sensación de vigilancia constante era palpable, un recordatorio de que, en este mundo, la paz era frágil y siempre temporal.

Al llegar, cinco centinelas lo interceptaron. Vestidos con imponentes corazas que cubrían sus cuerpos como exoesqueletos blindados, parecían invulnerables a las armas convencionales; ninguno de ellos bendecido el símbolo de los Templarios. Sus cascos redondos, con visores polarizados de color azul, ocultaban sus ojos mientras sostenían rifles de asalto en sus manos, y pistolas descansaban en sus cinturones tácticos.

Alertados por su presencia, levantaron las armas equipadas con mirillas láser dirigidas a los puntos vitales del forastero, quien frenó su avance y bajó del caballo con las manos en alto. Dos guardias se acercaron a paso cauteloso sin bajar las armas, con un droide en forma de esfera con dos cañones flotando atrás de ellos.

 Dos guardias se acercaron a paso cauteloso sin bajar las armas, con un droide en forma de esfera con dos cañones flotando atrás de ellos

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EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora