Los Niños Perdidos (I)

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—Naciste como guerrero, actúa como tal.

Era una frase que Clayton solía decirle a su hijo cuando, de niño, se sentía agotado por el trabajo o frustrado por no poder aprender alguna actividad con rapidez. Esa máxima resonaba en su memoria, aunque a menudo le resultara más una carga que un consuelo.

En aquellos días, Drake y su padre vivían en una finca de 190 hectáreas llamada Los Potros Salvajes, dedicada a la ganadería, ubicada en Arnold, una ciudad del país de Trisary. La vida en esa casa estaba regida por una estricta disciplina y el trabajo duro.

—¿Vez esto, hijo? —Agazapado en el forraje, Clayton estiraba una alargada planta que captó el interés de su hijo, y atrás de ellos iba el capataz llamado Víctor—. Se llama pangola, lo puedes reconocer al ser la única planta con pelillo y nudos. No lo confundas con el carretero.

—¡Lo tengo! —dijo el chico con ánimo—, no se me va a olvidar nunca.

—Si como no... —exclamó fríamente Clayton al levantarse sin prestar mucha atención, y siguió adelante.

—Que feo eres... —murmuró Drake, disgustado por la contestación de su padre.

—Deja de decir pendejadas y vámonos. —Un enojo de crecimiento amenazante asustó a Drake—. Parto mañana, déjame disfrutar este día. Quédate callado y así aprenderás más.

—Pero, papá... —Drake no sabía sus razones por seguir intentando, no podía cambiar el trato de su padre. Cualquier muestra de hostilidad del hijo no iba a ser tolerada, menos después del incidente de la dulcería en el que tuvieron esa precaria discusión.

—Drake... —Llamó en paciencia cortada.

—Nada más quieres que esté en silencio... —Drake apretó la mandíbula y los puños, bajó la cabeza aguantando el coraje a punto de explotar.

—El cielo indica que vendrá una lluvia pronto... —Víctor intervino posando las manos sobre los hombros de Drake, y el señor de tez morena de tercera edad guiñó el ojo en señal de que todo estaría bien, ayudándolo a evitar otra discusión.

Reconfortante, esa palabra describía a la mano derecha de Clayton. De vez en cuando tapaba las torpezas de Drake, con tal de evitar que lo regañara duramente en público. En esos días el dueño de Los potros salvajes estaba irritable, más de lo acostumbrado y seguía en un estado de sobriedad por más de una semana, lo que despertaba alarmas en los trabajadores.

Por lo general si ocurría calamidades en la finca, ya sea muertes prematuras de animales, sequías, epidemias de enfermedades, plagas, y gastos desmedidos, el pistolero acostumbraba a emborracharse todo un día hasta que al siguiente día lo manejaba en amplia sabiduría. Así que nadie lo increpaba por sus problemas de alcoholismo, quizás simplemente le temían.

En una ocasión hubo una serie de robos de ganado, en los campos aledaños a Arnold. Pequeños comerciantes sufrían perdidas garrafales al perder sus animales, uno se suicidó por haber perdido diez toros y dos caballos en menos de dos meses.

La policía no podía hacer nada, aquellos ladrones dejaban el lugar y se tomaban su tiempo para desatar sus golpes, hasta que se metieron con Réquiem, robándole tres becerros pequeños.

No hubo trago de bebida, Clayton cazó a los perpetradores que resultaron ser unos forasteros, ajenos de quien se trataba el dueño de esas tierras, quedándose con el testimonio de que era un hombre rico.

Al principio Clayton iba a caballo acompañado por su hijo y Víctor, solo el niño no llevaba pistola. Tras descubrir la choza de esos bandidos, los cuales llegaron como peones de una finca vecina, ocurrió lo impensable.

EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora