Mal menor (II)

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La motocicleta manejada por Alicia surcaba el camino de terracería entre los campos de verde follaje cuidadosamente cortado, donde becerros pastaban tranquilamente, limitados por las cercas de alambres de púas que marcaban las divisiones de La Doncella.

La paz del paisaje se veía interrumpida por el rugir del corcel de hierro, que dejaba atrás una estela de polvo que se alzaba como un fantasma tras ellos.

Drake, aferrado a las agarraderas de la parte trasera del asiento, se esforzaba por no abrazar la cintura de su compañera, aferrándose a su orgullo masculino que le prohibía parecer aún más asustado.

En otras circunstancias, no habría dudado en disfrutar de la cercanía, en acariciar las anchas caderas de Alicia y dejar que su mano se atreviera a deslizarse hasta sus muslos, pero en ese momento, su mente luchaba entre el temor y deseos que prefería mantener a raya.

Sin embargo, sus pensamientos impuros casi lo hacen perder el equilibrio cuando la moto giró bruscamente hacia la izquierda. Un quejido agudo de espanto escapó de sus labios mientras se aferraba con más fuerza a las agarraderas, su corazón latiendo con fuerza.

El viento le golpeaba la cara, y aunque la adrenalina lo mantenía alerta, la mezcla de emociones lo dejaba en un estado de confusión entre el pánico y una repentina atracción por la fuerza de Alicia al manejar.

Se concentró en el camino, en cómo sus manos firmes controlaban el vehículo, pero el roce de su cuerpo en movimiento seguía colándose en su mente. Con cada curva, su mente vagaba entre la euforia del paseo y las tentaciones que prefería ignorar.

Alicia soltó una leve risa burlona al sentir el nerviosismo de Drake, sin apartar la vista del camino que se extendía ante ellas. La moto avanzaba a gran velocidad, y pronto avistó el corral de madera con bascula, donde se trabajaba a los animales y se resguardaba a los becerros recién comprados.

El viento acariciaba sus rostros mientras avanzaban, y la emoción de la velocidad aliviaba un poco la tensión del día.

A lo lejos, un enorme granero de madera color marrón apareció en el horizonte, acompañado por un molino de viento de aspas metálicas que giraba lentamente, emitiendo un rechinido agudo que se entrelazaba con el rugido del motor.

Cuando finalmente llegaron al granero, ambos guardianes bajaron de la motocicleta. Drake se estiró, sintiendo la rigidez de su cuerpo tras el viaje, mientras Alicia ajustaba su chaqueta, observando el entorno con una mezcla de familiaridad y alerta. Las puertas del granero, de un rojo desgastado por el tiempo, se alzaban ante ellos como una invitación a adentrarse en el corazón de aquel refugio rural.

Al cruzar el umbral del granero, los guardianes fueron recibidos por un aroma penetrante de hierba y productos químicos. El interior, lejos de lo que uno esperaría de un simple granero, se había transformado en un laboratorio rural. Hombres y mujeres, vestidos con trajes para pruebas químicas, se movían con precisión, sus rostros ocultos tras viseras opacas que los protegían de los vapores que emanaban de sus experimentos.

El hedor a carne cruda, mezclado con fluidos corporales y productos químicos, inundó el aire del granero, golpeando a los dos guardianes con una intensidad inesperada. Alicia y Drake, visiblemente afectados, se llevaron las manos a la boca, intentando contener las arcadas que se formaban en sus gargantas. El ambiente pesado y denso solo reforzaba la sensación de que lo que estaban presenciando no pertenecía al mundo natural.

Frente a ellos, en los establos, varias yeguas embarazadas esperaban su destino, atadas en hileras bajo la mirada indiferente de los científicos. Los investigadores, cubiertos con trajes protectores, se movían con una precisión inquietante. Con jeringas en mano, inyectaban el mutágeno en los flancos de los animales, sin titubeos ni emociones, como si este proceso hubiera sido repetido cientos de veces antes.

EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora