Capítulo 3: Días de calma.

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Los frescos vientos otoñales se respiraban en las concurridas calles adoquinadas de la gran ciudad de Griffia, en el área de mercado, bajo a la sombra de colosales edificaciones de complejos de cuartos, oficinas, restaurantes, posadas, entre otros tipos de negocios. Era común ver estructuras con balcones en las que se podía contemplar el exterior.

Océanos de personas se movían organizadamente por los oficiales de tránsito, a la hora de cruzar las calles, sin interrumpir el paso de los pocos vehículos motorizados, alimentados por la energía de cristales procesados.

Aquellas maquinas tenían una estética arcaica, de porte victoriano con características tecnológicas. Algunas parecían carretas que se movían por grandes llantas, sin necesidad de corceles. Desde autos sofisticados y en su mayoría anidaban grandes maquinarias que parecían haber sido armadas con piezas de distintos modelos, debido a la asimetría de la pintura y las manchas de oxido.

Tubos de escape liberaban espesas nubes de humo negro cual alquitrán, en el que se veían destellos azules, debido a la fuerza de los cristales al ser quemados por el aparatoso sistema mecánico de engranajes pesados. Incluso había vehículos de prominentes tamaños, los cuales lucían más como tanques blindados que coches. El rugir de los motores podía compararse al escándalo del mercado, dejando un aroma a combustible quemado bastante fuerte.

Se podía diferenciar entre las personas de campo con las de la ciudad, debido a sus ropajes campestres, su forma de hablar y como se impresionaban por la tecnología que han desarrollado las zonas industriales de Lazarus.

Han llegado grandes cantidades de refugiados de los pequeños poblados, debido a la rebelión fuego oscuro. Muchos han llegado por medio de caravanas organizadas por los mismos pueblerinos, viajes en tren e incluso en bote.

Todos acabaron en la entrada de las murallas nacarinas de las grandes ciudades que no han sido invadidas por los rebeldes. En cada uno de estos recintos los refugiados fueron recibidos por el chequeo mental de hechiceros o alterados con capacidades psíquicas y de no presentar amenaza, los dejaban pasar.

Aquel sistema de inspección ha sido imitado en cada ciudad grande a lo largo del planeta, desde los últimos años. Era ya una ley que se aplicaba en cada nación, sin importar su credo. No solamente servía para detectar terrorista o seres con capacidades metamórficas, también detectaba posibles criminales como ladrones o asesinos, lo que ha disminuido el crimen considerablemente.

Los civiles podían salir tranquilamente a las calles, para conocer, levantar sus negocios, pasear o simplemente trabajar en las fábricas. Aun cuando se desataba una rebelión en ciertas partes de Lazarus, y una guerra mucho peor anidaba en las fronteras, en Griffia se respiraba un aire de paz, contagiado por el ambiente ameno del mercado. Todos parecían disfrutarlo, con excepción aparentemente de un individuo.

Drake Réquiem, el conocido guardan carmesí, adicto a las mujeres y a la adrenalina, se encontraba apoyado con una mano sobre un barandal perteneciente a un puente. Estaba como si una oleada de calor lo hubiese golpeado, cosa inconcebible por el fresco clima otoñal cercano al invierno. Parecía que el alma se le escapaba entre jadeos, al sujetarse con la otra mano el pecho, tal cual el aire se escapase de sus pulmones.

—Demasiada... gente... —murmuraba tratando de contener sus náuseas y recuperar la compostura. Sumado al repulsivo aroma de humanidad mezclado con las humaredas de las fábricas, como de los vehículos, lo había dejado sofocado, al borde de casi ahogarlo.

—No seas exagerado, rojo —protestó Lance recargado en el barandal, de tal manera que podía bruzar sus pies, mientras miraba por encima del hombro a su caído amigo—. Apenas llevamos una hora desde que salimos del burdel. Nunca voy a entender, puedes estar en medio campo de batalla cortando cabezas de todo mal parido que se cruce en tu camino, mientras estás con el corazón a punto de explotar por los nervios de morir... algo que puedes manejar perfectamente, básico en nuestra profesión de alto índice de mortalidad y de paga variable. ¡Ah, pero si estás en un mercado concurrido por una birria, te pones como si las parcas viniesen por ti!

EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora