Los Niños Perdidos (III)

334 15 23
                                    

El cielo estaba cubierto por un manto de grises nubarrones, que parecía absorber la luz del sol y preparar el terreno para una inminente lluvia. En el ambiente húmedo y templado de Piedras Negras. Lance se encontraba en la vasta arboleda situada en la parte trasera de la fortaleza, conocida como los jardines. Allí, se entregaba a entrenamientos en solitario, desafiando sus límites con saltos acrobáticos de rama en rama, sus movimientos reflejando la destreza de un maestro del parkour.

Con precisión, lanzaba estrellas metálicas, cada una cortando el aire en un silbido agudo antes de clavarse en los troncos de los árboles, cada golpe resonando como un eco de su esfuerzo. Cuando finalmente cayó de rodillas, su mirada se posó en los blancos; había acertado tres de los cinco objetivos. Sabía que su pericia aún necesitaba ser perfeccionada, como las cuerdas de un violín esperando las manos de un virtuoso.

Al levantarse, un quejido escapó de sus labios; las laceraciones en su espalda, resultado de los recientes castigos infligidos por los Bloudclaws, le recordaban la lección dura y amarga tras la muerte del instructor. Para la gravedad de la falta cometida, siete azotes con la cuarta eran un castigo leve, un recordatorio de que el dolor era parte del camino hacia la fortaleza.

De repente, el crujir de una rama rota rompió la concentración de Lance. Como si un interruptor biológico se hubiera activado, recogió una piedra del suelo y, en un ágil salto, se giró, preparado para lanzar el objeto hacia quien se atreviera a interrumpir su práctica. Pero se detuvo en seco al reconocer a sus visitantes: era Drake y Alice, los dos niños con quienes había compartido aquella caótica confrontación con el instructor.

Ambos se sobresaltaron ante su reacción, adoptando poses de lucha que, en su falta de armas, rayaban en lo ridículo. Alice sostenía una canasta como si fuera un arma, un gesto que evocaba la imagen de una abuelita desquiciada y llena de cólera, lista para enfrentar a una pandilla de malvivientes tras una noche de excesos.

—¡Baja esa cosa, maldito loco! ¡¿Quieres sacarnos un ojo?! —vociferó el chico del parche, su corazón latiendo a mil por hora, colocado frente a su compañera como un escudo, aunque ella no lo necesitaba.

—¿Qué no sabes que no debes sorprender a un Umbra? —Lance entrecerró los ojos, dejando entrever una ligera burla—. De no estar jodido por los latigazos, habría acabado con todos ustedes con esta simple piedra. —Arrojó el objeto detrás de su hombro con un gesto despreocupado.

—Uy, sí, claro, y yo te golpearía con la canasta... —Drake lanzó un comentario sarcástico que provocó una leve risa en Lance.

Con la tensión en el aire disipada, un nuevo aire de confianza llenó el ambiente. Alice, con sus ojos azules brillando, se acercó dando pequeños saltitos y ofreció la canasta que llevaba en las manos. Dentro, había un presente envuelto en servilletas blancas.

—Queríamos agradecerte por habernos ayudado; por poco no la contamos.

Alice desenvolvió el envoltorio con emoción, revelando un delicioso pastel de chocolate oscuro, recién hecho. El aroma del cacao, rico y dulce, llenó el aire e hizo que los tres niños tragaran saliva, con el deseo de probarlo.

—¿Cómo? —preguntó Lance, incrédulo ante el regalo. Era raro que un postre así se otorgara a los aspirantes; generalmente, era un lujo reservado para los instructores.

Drake y Alice se miraron, sonriendo con complicidad, como si acabaran de cometer un gran golpe. Ambos adoraban las cosas dulces, y aquel pastel era un verdadero tesoro.

—Practicamos un poco lo aprendido en la clase de sigilo e infiltración y... ¡hurtamos la cocina! —exclamó Alice, inflando el pecho con orgullo—. Creo que sacaremos la máxima nota en el próximo examen. Los profesores comen tanto que no cuentan el inventario. Casi nos descubren porque el señorito aquí quería queso... —miró a Drake con desdén.

EL ASESINO DE DIOSES volumen 1  y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora