16

37 4 0
                                    

ADISON

Aron y yo decidimos dar un paseo por la manada después del desayuno. Era una mañana soleada y tranquila, perfecta para disfrutar del aire fresco y explorar un poco más la manada. Mientras caminábamos, noté un hermoso parterre de flores recién plantadas y me detuve para admirarlas.

Me incliné para observar de cerca una flor cuando de repente una voz aguda rompió el silencio de la mañana.

-¡Luna, Luna! -gritaba un niño pequeño, con un zapato puesto y un jersey a medio vestir, corriendo hacia mí. Detrás de él, su madre lo perseguía.

-¡Mateo, vuelve aquí! -gritaba ella visiblemente alterada.

El niño se acercó a mí rápidamente y se aferró a mis piernas, mirando a su madre con ojos llenos de lágrimas y un evidente deseo de no ir a ningún lado.

-¿Qué sucede, cariño? -pregunté suavemente, poniéndome a su nivel mientras la madre se acercaba con respiraciones agitadas.

-¡No quiero ir al colegio! -exclamó el niño con voz temblorosa, aún aferrándose a mí como si fuera su única tabla de salvación.

La madre llegó hasta nosotros, visiblemente agobiada por la situación.

-¿Alguien puede traerle agua a esta señora? -Miré hacia Aron, que miró a un guardia que salió disparado.

La madre respiró hondo, agradecida por mi disposición.

-Mateo no quiere ir al colegio hoy. Es su primer día y está muy nervioso.

Entendí perfectamente cómo debía sentirse Mateo. Recordé mis propios primeros días en lugares nuevos y la incertidumbre que acompañaba a esos momentos.

-Mateo, ¿qué te parece si dejamos que tu mamá te termine de vestir y luego vamos juntos al colegio? -le propuse con una sonrisa alentadora.

El niño me miró con ojos brillantes, llenos de esperanza y un poco de admiración.

-¿De verdad? ¿Vas a ir conmigo al colegio?

-Por supuesto, Mateo. Aprovéchalo, no todos pueden decir que la Luna de la manada los ha llevado al colegio -añadió Aron.

Mateo asintió emocionado y dejó que su madre lo preparara rápidamente. Una vez listo, tomó mi mano con entusiasmo y caminamos juntos hacia el colegio, con Aron a nuestro lado.

Al llegar, varios niños se acercaron curiosos, saludándome con respeto y mostrando cierta envidia hacia Mateo por estar a mi lado.

-¡Hola, Luna! ¡Hola, Mateo! -saludaron algunos niños, mirando con admiración al pequeño.

La situación no pasó desapercibida para Aron, quien intervino con su característico sentido del humor para aligerar la situación.

-¿Necesitas ayuda, mi Luna? Parece que todos quieren estar contigo hoy -dijo Aron con una sonrisa divertida, acercándose a nosotros.

Sonreí suavemente y asentí, agradecida por su apoyo.

-Parece que Mateo tiene muchos admiradores aquí -respondí, observando a los niños que nos rodeaban con curiosidad.

-¡Luna, ¿puedes venir con nosotros al colegio también? -preguntó uno de los niños, mirándome con ojos esperanzados.

-Yo también quiero que la Luna venga conmigo -dijo otro, acercándose aún más.

Antes de que pudiera responder, Aron intervino con una sonrisa pícara.

-Lo siento, chicos, pero la Luna también tiene que ir al cole. Si no, la van a regañar -dijo, inventándose una excusa para liberarme de la multitud de niños.

Promesas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora