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ARON

Era una mañana tranquila cuando todo comenzó. Adison y yo estábamos en la sala de estar, disfrutando de un momento de paz antes de que el caos se desatara. De repente, Adison se llevó una mano al vientre y me miró con ojos desorbitados.

—Aron... creo que es el momento —dijo, su voz llena de una mezcla de emoción y miedo.

Me levanté de un salto, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.

—¿Ahora? ¿Ya? —pregunté, casi en pánico.

Adison ascendió, y en ese momento, todo se volvió un caos. Llamé a Erol y Jack, quienes estaban en la cocina, y los tres empezamos a correr de un lado a otro sin saber exactamente qué hacer.

— ¿Dónde está la bolsa? —gritó Erol, abriendo y cerrando cajones sin sentido.

—¡La bolsa! ¡La bolsa! —repetía Jack, corriendo en círculos.

Lucy y Lyra, mucho más organizadas, bajaron corriendo con la bolsa que habíamos preparado semanas antes.

—¡Aquí está! —dijo Lyra, sosteniéndola en alto como si fuera un trofeo.

—¡Vamos al hospital! —grité, tomando la bolsa y ayudando a Adison a levantarse.

En medio del caos, Jack de repente se detuvo, se llevó una mano a la frente y, antes de que pudiera decir una palabra, se desmayó.

—¡JacK! —gritamos todos al unísono, pero no había tiempo para atenderlo.

—Déjenlo ahí, alguien se ocupará de él —dijo Lucy, agarrando las llaves del coche.

Con Adison entre mis brazos, corrimos hacia el coche. Erol y Lyra nos seguían de cerca, intentando mantener la calma.

—Aron, respira hondo. Todo va a estar bien —me dijo Lyra, tratando de calmarme.

Llegamos al hospital de la manada en un tiempo récord. Mientras nos dirigíamos hacia la entrada, Adison se detuvo repentinamente, soltando un grito de dolor.

—¡Las aguas! ¡He roto aguas! —exclamó, su rostro contorsionado por el dolor.

Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba ayudarla a caminar. Entramos corriendo al hospital, donde el personal ya estaba preparado para recibirnos.

—¡Aron, esto es tu culpa! —gritó Adison, mirándome con furia mientras la ayudaba a subir a una silla de ruedas.

—Lo sé, lo sé... —respondí, sin saber qué más decir.

Adison agarró mi brazo con una fuerza sorprendente, apretándolo con toda su fuerza mientras la llevaban a la sala de parto.

—¡Hazte una puñetera vasectomía! —gritó, sus ojos llenos de lágrimas.

—Eh.... —murmuré sin saber muy bien cómo responder a eso.

Entramos en la sala de parto, y mientras el médico personal se apresuraba a preparar todo, yo me encontraba entrando y saliendo de la habitación, sin saber exactamente qué hacer.

—¡Aron, deja de moverte! —gritó Lyra, intentando que me quedara quieto.

Erol, por su parte, no paraba de decir tonterías.

— ¿Debemos poner música relajante? ¿O tal vez un poco de aromaterapia? —decía, mirando alrededor como si esperara encontrar una solución mágica en el aire.

—¡Esto es tu culpa! ¡Esto es tu culpa! —seguía gritando Adison, cada vez que sentía una contracción.

Le ofrecí mi brazo, y ella lo apretó con una fuerza que jamás hubiera imaginado. Cada vez que lo hacía, sentía como si me estuviera triturando los huesos, pero no me importaba. Ella necesitaba desahogarse, y yo estaba allí para ella.

Lucy y Lyra estaban a su lado, calmándola y asegurándose de que todo lo que necesitábamos estuviera listo. Mientras tanto, Erol estaba fuera de la sala, asegurándose de que todo estaba bajo control en el hospital.

El tiempo parecía alargarse interminablemente mientras Adison pasaba por las contracciones, y yo sentía que el mundo giraba a mi alrededor. La confusión, el miedo y la emoción se mezclaban en un torbellino que apenas podía manejar.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, escuché el llanto de nuestro bebé. Adison y yo nos miramos, ambos con lágrimas en los ojos. El médico personal nos sonreía mientras nos mostraban a nuestro hijo.

—Es un niño —dijo la enfermera, entregándome al pequeño.

Sostener a nuestro hijo por primera vez fue una experiencia indescriptible. Era pequeño, frágil y perfecto. Adison y yo estábamos agotados, pero llenos de una felicidad que nunca habíamos conocido.

—Lo hiciste increíble, Adison —le dije, besando su frente.

—Es tu culpa...—respondió, susurrando con una voz débil pero llena de amor.

Lucy y Lyra nos miraban con sonrisas, y Erol entró para felicitarnos, sus ojos brillando con orgullo.

—Bienvenido al mundo, pequeño —dijo, mirando al bebé con ternura.

El caos de la mañana había desaparecido, reemplazado por una calma y una alegría que llenaban la sala. Sabíamos que nuestra vida nunca volvería a ser la misma, pero estábamos listos para enfrentar cada desafío juntos, como una familia.

Promesas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora