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ADISON

Me desperté con un dolor punzante en la cabeza y un frío que se filtraba a través de mi piel. Parpadeé, tratando de enfocar mi visión, solo para descubrir que estaba encadenada a una mesa de metal que parecía una mesa de cirugía. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras intentaba procesar la situación. La habitación no tenía ventanas y el hedor a orina era insoportable. Una única luz parpadeante colgaba del techo, proyectando sombras inquietantes en las paredes.

Empecé a negar con la cabeza, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos mientras el pánico se apoderaba de mí. Tiré de las cadenas, pero estaban firmemente sujetas. La desesperación se convirtió en sollozos incontrolables. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Dónde estaba Aron?

La puerta chirrió al abrirse y alguien entró en la habitación. Levanté la cabeza y mis ojos se encontraron con los de Robert. El terror me inundó al reconocer su rostro.

—Vaya, parece que has despertado, mi dulce mariposa —dijo Robert con una sonrisa perversa en su rostro.

Mis sollozos se intensificaron al verlo.

—¿Por qué estás vivo? —le exigí, la voz rota por el miedo y la desesperación.

Robert se acercó lentamente, disfrutando de mi sufrimiento.

—No dañaste ningún órgano importante, mariposita —respondió, su tono lleno de una frialdad que me hizo temblar.

La luz parpadeante proyectaba sombras siniestras en su rostro, dándole un aspecto aún más aterrador. Estaba atrapada, a merced de un monstruo, y no tenía idea de cómo iba a salir de esta.

Entre sollozos, un recuerdo doloroso atravesó mi mente. Lusi, la mujer que había criado a Aron, que siempre había sido una figura maternal para él. Recordé la conversación en la cueva, su insistencia en que los guardias se alejaran. Había confiado en ella ciegamente y me había traicionado. La angustia de esa traición se mezclaba con el terror del presente, intensificando mi desesperación.

—Lusi... —murmuré entre lágrimas, la comprensión de su traición apretando mi corazón como un puño de hierro—. ¿Por qué?

Robert rió, una risa que resonaba en las paredes desnudas de la habitación.

—Ah, sí, Lusi ha sido muy útil. No podrías haber llegado aquí sin ella.

Mis pensamientos giraban en un torbellino de confusión y dolor. ¿Por qué Lusi haría algo así? ¿Cómo pudo traicionar a Aron, el hombre que ella había criado como un hijo?

Con cada segundo que pasaba, la realidad de mi situación se volvía más insoportable. Estaba sola, encadenada y traicionada, con un monstruo que disfrutaba de mi sufrimiento. Pero en el fondo de mi corazón, una chispa de esperanza persistía. Aron vendría por mí. Sabía que lo haría. Y cuando lo hiciera, enfrentaríamos todo esto juntos.

—¿Por qué Lusi hizo esto? —tartamudeé, mi voz temblando con cada palabra.

Robert se acercó aún más, sus ojos brillando con una malicia oscura.

—Te acuerdas del Alfa Caleb, ¿no? Bueno, Lusi era la mate del Alfa Caleb, pero él la rechazó. Esto pasó hace muchos años, poco antes de que naciera Aron. Caleb la rechazó por ser demasiado mayor, una ridiculez.

Mi mente se tambaleaba con esta revelación. Nunca habría imaginado una conexión así en la historia de Lusi.

—Lusi huyó de la manada de Nueva York y conoció a la madre de Aron. La metieron en su casa para ayudarla con Aron al nacer y, ¿sabes...? Ella no quería ser la nana de la manada. Ella quería controlar la manada.

Cada palabra de Robert era como una daga, revelando una trama que nunca hubiera podido prever.

—Así que... contrató a un par de lobos solitarios que dieron un ataque sorpresa. Eliminados el Alfa y la Luna, Lusi controlaba a Aron como ella quería. Él le hacía caso, ¿quién no? Es una mujer inteligente.

El horror de la verdad se asentaba en mi mente, retorciendo mi estómago en nudos de miedo y repulsión. Lusi, la mujer que había considerado una aliada, era en realidad una traidora despiadada.

—Pero todo cambió cuando tú llegaste a la manada. Te investigó a fondo, y ¿sabes qué encontró? A mí. Me buscó hasta dar conmigo y, bueno, quería eliminarte también, y aquí estamos.

La risa de Robert resonó en la habitación, el sonido de un depredador que disfruta del sufrimiento de su presa. La luz parpadeante hacía que su rostro se viera aún más siniestro. Cada revelación me hundía más en la desesperación, pero también fortalecía mi determinación. Debía encontrar una manera de salir de allí y advertir a Aron.

—¿Por qué me has traído aquí? —pregunté con la voz quebrada por el miedo y la desesperación—. ¿Qué planeas hacerme?

Robert se rió, un sonido que resonaba en la habitación como un eco macabro.

—Quiero jugar a nuestros antiguos juegos, mariposita —dijo, acercándose más hasta que pude sentir su aliento frío en mi piel—. Quedó algo pendiente el día que te fuiste.

Sentí su mano rozar mi muslo, y un escalofrío de repulsión recorrió mi cuerpo. Su dedo subió lentamente, acariciando mi piel hasta llegar a mi cintura. La náusea se mezcló con el miedo, pero encontré una chispa de coraje en mi interior.

—¡Me das asco ! —le grité y, con toda la fuerza que pude reunir, le escupí en la cara.

Su expresión cambió en un instante, la sonrisa desapareció y una ira oscura llenó sus ojos. Antes de que pudiera reaccionar, sentí la bofetada, un dolor ardiente explotando en mi mejilla y haciendo que mi cabeza girara violentamente hacia un lado. Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero me obligué a no dejar que el miedo me venciera.

—No puedes romperme, Robert —susurré, mis palabras temblorosas pero firmes—. No dejaré que ganes.

Su risa volvió, más suave y amenazadora.

—Veremos cuánto tiempo puedes mantener esa actitud, mariposita —dijo, alejándose un poco, pero no lo suficiente para que me sintiera a salvo.

El pánico y la desesperación seguían apoderándose de mí, pero me aferré a la esperanza de que Aron vendría por mí. No sabía cómo, pero debía mantenerme fuerte hasta entonces.

Luego, su expresión se torció en una mueca de asco.

—Me dices que no puedo tocarte, pero no tienes problema en acostarte con ese chucho asqueroso —dijo, la repulsión goteando de sus palabras. ¿Cómo puedes preferirlo a él?

El dolor en mi mejilla palidecía en comparación con la ira que sus palabras encendieron en mi interior.

—Aron es mil veces el hombre que tú jamás serás —le respondí, la rabia dando fuerza a mi voz— Él no es un monstruo.

Robert soltó una carcajada amarga.

—Vamos a ver cuánto tiempo sigues pensando cuando termines aquí, mariposita.

El terror y la rabia se mezclaban en mi pecho, pero no podía dejar que me viera flaquear. Sabía que debía resistir, debía ser fuerte por Aron y por la manada.

Promesas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora