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ADISON

La primera luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse a través de las ventanas cuando me desperté. Había algo en la tranquilidad de la madrugada que siempre me había atraído, un hábito que había adoptado durante mi tiempo en Chicago y que no había podido abandonar. Decidí levantarme y dar un paseo antes de que la casa se llenara de actividad.

Caminé en silencio, tratando de no despertar a Lucy y Lyra, quienes dormían profundamente. Salí de la casa y respiré hondo el aire fresco del amanecer. El cielo se teñía de colores suaves mientras el sol se alzaba lentamente, y me dirigí hacia el sendero que llevaba al borde de la barrera.

Mientras caminaba, varios miembros de la manada me saludaron.

—¡Buenos días, Luna! —me saludó una mujer mayor, con una sonrisa cálida.

—Buenos días, señora Amelia —respondí, devolviéndole la sonrisa.

Unos pasos más adelante, un grupo de jóvenes se encontraba practicando ejercicios matutinos. Al verme, detuvieron sus movimientos y se inclinaron levemente en señal de respeto.

—Luna, es un placerla —dijo uno de los jóvenes, un chico alto con el cabello oscuro y ojos atentos.

—El placer es mío. Continúen con su práctica, están haciendo un gran trabajo —les animé.

Un grupo de cachorros se acercó corriendo, sus risas llenando el aire. Uno de ellos, una niña de cabello rizado y ojos brillantes, me tendió una diadema de flores.

—Para ti, Luna —dijo con timidez.

—¡Es preciosa! Muchas gracias —respondí, colocándome la diadema en la cabeza. Los niños se alejaron riendo y jugando, y yo continué mi paseo, sintiéndome un poco más ligera gracias a su gesto.

Al pasar cerca de una cabaña, un hombre robusto con barba, que estaba apilando leña, me saludó con una sonrisa cálida.

—Buenos días, Luna. ¿Le gustaría un poco de miel fresca para el desayuno?

—Gracias, señor Bernard. De hecho, me encantaría —respondí, aceptando su ofrecimiento.

El señor Bernard sonrió y me llevó hacia un pequeño frasco de miel dorada que había extraído recientemente. Tomé el frasco y probé un poco.

—¡Es deliciosa! —dije, saboreando la dulzura—. Gracias, señor Bernard. Veré si consigo esconderla del Alfa.

—Siempre es un placer, Luna, le recomiendo guardarla en lugar fresco —respondió él, satisfecho.

Más adelante, una pareja de ancianos que estaba paseando se detuvo al verme. La mujer me miró con ojos llenos de afecto.

—Luna, qué bueno verla tan temprano. ¿Cómo estás esta mañana?

—Muy bien, gracias. ¿Y ustedes?

—Disfrutando de este hermoso amanecer —respondió el hombre, asintiendo.

Finalmente, llegué al gran árbol que marcaba el límite de la barrera, un lugar que siempre me había fascinado. Me detuve para admirar el bosque más allá, perdiéndome en la belleza tranquila de la naturaleza. Fue entonces cuando noté algo extraño a lo lejos: una figura caminando de espaldas. Mi corazón se aceleró.

—¡Guardias! —grité, señalando hacia el árbol.

Los guardias que estaban patrullando por la zona se acercaron rápidamente.

—¿Qué sucede, Luna? —preguntó uno de ellos.

—Hay algo extraño en el árbol cerca de la barrera. Y vi a alguien caminando a lo lejos —dije con urgencia.

Promesas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora