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ARON

Dejé a Adison descansando en la camilla del hospital de la manada. Su respiración era lenta y regular, pero la preocupación aún nublaba mis pensamientos. Erol permanecía a su lado, vigilante y atento.

—Erol, quédate con ella. No permitas que nadie entre, excepto los médicos —le ordené, mi voz grave y llena de determinación.

Erol asintió, su mirada reflejaba la misma preocupación que sentía yo. Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Afuera, varios guardias estaban apostados, listos para cualquier eventualidad. Uno de ellos se acercó rápidamente cuando me vio.

—Necesito que encuentren a Morrigan —le dije—. Robert no pudo haber entrado y salido sin su ayuda. Captúrenla y tráiganla aquí.

El guardia asintió y salió rápidamente para cumplir mis órdenes. Me dirigí a la casa, donde Lyra me esperaba. Juntos bajamos a los calabozos situados bajo la casa, un lugar oscuro y frío, custodiado por varios guardias que vigilaban atentamente.

Al entrar, la luz parpadeante de las antorchas iluminó las celdas. Lusi y Robert estaban allí, esposados y vigilados de cerca. Les ordené que se pusieran en pie. Robert se levantó con una sonrisa burlona, mientras que Lusi temblaba visiblemente.

—Aron, por favor... —comenzó a suplicar Lusi, sus ojos llenos de lágrimas—. Él me engañó, yo no sabía...

Robert se rió, un sonido que llenó de odio el aire entre nosotros. Lusi se volvió hacia Lyra, tratando de apelar a sus sentimientos.

—Lyra, por favor, tú sabes que nunca haría nada para lastimarlos. Nos conocemos desde siempre...

Lyra la miró con desprecio, sus ojos llenos de ira y dolor.

—¿Cómo pudiste matar a mis padres y seguir mirándonos a la cara cada día? —dijo Lyra, su voz temblando de emoción contenida.

Lusi rompió en llanto, cayendo de rodillas, mientras Robert seguía sonriendo con desdén.

—Mírate Alfa —dijo Robert, su voz llena de burla—. Desgarrándose por algo que no puedes cambiar. Qué patético.

Me acerqué a él, mi furia apenas contenida. Lo levanté por la camisa y lo empujé contra la pared de la celda.

—Te aseguro que pagarás por lo que hiciste, Robert. Vas a suplicar que te mate cuando empiece contigo —le dije, mi voz baja y peligrosa.

—¿Qué te diferenciará entonces de mi, chuco sarnoso?—  Pregunta con una sonrisa cínica.

Sonrío, de verdad que es tan ridículo. Me acerco a su oído.

— Que yo si hice mía a Adison, lanzaré tu puto cadáver al bosque para que los animales se sacien, mientras yo hago gritar de placer a Adison el día de nuestra boda— susurro, sabiendo que es lo que más le molesta.

Lo solté, y Robert cayó al suelo, su cara rebosando la ira. Me volví hacia los guardias.

—Torturadlo, no lo matéis, vuestra Luna acabará con él, haced que la traidora mire, que no aparte los ojos—ordené.

Los guardias asintieron y arrastraron a Robert y Lusi fuera de las celdas. Me quedé mirando las sombras en las paredes, mi mente llena de planes y decisiones que debían tomarse. No podíamos permitir que este ataque nos debilitara. Teníamos que estar más unidos que nunca.

Me volví hacia Lyra, que seguía mirando la celda vacía con una mezcla de dolor y resolución.

—Nos encargaremos de esto, Lyra. No dejaremos que destruyan lo que hemos construido —le dije, tratando de infundirle fuerzas.

Promesas de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora